A estas alturas de la pandemia, si algo hemos aprendido es que ningún pronóstico es confiable y que el confinamiento tiene el poder de alargar los días. Parece que fue apenas hace un mes cuando nos encerramos al iniciar la primavera, esperando que para septiembre todo este asunto terminara o fuera al menos mucho más llevadero. Pero pasaron los días y aquí seguimos, en una cuarentena que parece interminable y con las fiestas encima.
Crónica de un cierre anunciado
En junio, apenas comenzaron los rumores de que la ciudad cambiaba a semáforo amarillo, las personas enloquecieron. No sólo salieron a buscar mesa en su bar de confianza, sino que también corrieron a comprar boletos de avión a buen precio para pasar unas vacaciones decembrinas cerca del mar, el bosque o cualquier otro lugar que ofrezca una vista diferente a la de su ventana.
Irónicamente, el futuro de esos viajes festivos se vio comprometido por muchas otras celebraciones. Primero vinieron las fiestas patrias donde, a pesar de la ley seca, todo mundo supo de dónde sacar alcohol y reunirse donde fuera. Luego vinieron las fiestas de halloween, el festejo a San Judas Tadeo, el día de la Virgen de Guadalupe y un par de posadas clandestinas organizadas para celebrar el inicio de las vacaciones. También estuvieron la Liga Mx y la NFL que, para algunos, sirvieron como pretexto para reunirse incluso en la calle… ¿Será porque es el único espacio abierto en algunas colonias? 🤔
La cosa era reunirse. Mientras tanto, el semáforo en la ciudad seguía en naranja, aunque el cambio a rojo era evidente. El Buen Fin fue el último evento masivo del semáforo naranja y después, de nuevo al encierro voluntario y el cierre de actividades no esenciales. Así inició la víspera navideña.
Feliz Navidad (?)
Sin importar nuestras expectativas, “precauciones” o los pronósticos de los cuerpos de salud, la navidad ya estaba aquí y nosotros seguíamos encerrados. Después de haber domado al trabajo, el ejercicio y los cumpleaños, pasar la navidad en confinamiento es tarea fácil. Como dicen por ahí: juntos, pero no revueltos. De hecho, ese es el refrán que mejor define este año, porque si algo aprendimos en todos estos meses de encierro es a mantenernos mucho más unidos a pesar de la distancia, el bicho o cualquier otro pretexto que se nos ocurra. La fiesta debe continuar.
El viernes 18 de diciembre, tanto los aeropuertos como terminales de autobuses ya estaban hasta el tope. No cabía ni un alma, ni siquiera la de Susana Distancia. Llámenlo como quieran; aglomeración o reactivación económica, en ambos casos sólo significa una cosa: el confinamiento va a seguir hasta que aprendamos a cuidarnos.
Para la mañana del 22 de diciembre, el canto de las aves que habíamos recuperado gracias al aislamiento se convirtió de nuevo en un recuerdo reemplazado por las turbinas de las decenas de aviones que sobrevolaban la ciudad, todos con destinos diferentes. Ahora que lo pienso, hacía meses que no se escuchaban tantos aviones volando al mismo tiempo, aún cuando el aeropuerto está tan cerca de casa.
Cómo preparar una cena a distancia
Ya que nos resignamos a quedarnos en casa y celebrar la navidad a distancia, sólo quedaba preparar todo. El primer asunto a resolver fue la cena, aunque a decir verdad fue mucho más sencillo que otros años, porque esta vez sabíamos exactamente quién iba a llegar a la cena. Nada de visitas sorpresa, sólo estaríamos los que viven en esta casa.
Cuando vives en el Centro o en colonias como Roma, Condesa o Narvarte, puedes pedir que algún restaurante prepare y envíe tu cena hasta tu casa, pero en las colonias que se salen del rango de entrega la única opción —que, de hecho, es la más sensata y solidaria en estos tiempos— es comprar local tanto como se pueda.
En un lugar como Neza, nuestra mejor opción —o al menos la más accesible— fue ir con el carnicero de confianza para comprar un pedazo de lomo que rellenamos con fruta seca y nueces que encontramos en un negocio de materias primas. Muy cerca de ahí hay un puesto de verduras que viene cada semana con mercancía traída directo Milpa Alta y todo allí es fresquísimo. Así que aprovechamos para comprar papas cambray y espárragos para acompañar la carne.
Dedicar una tarde completa a cocinar la cena es, hasta cierto punto, liberador. Lo único que te preocupa es si a algo le falta sal y esperar el momento exacto para sacar algunas cosas del horno. Las cocinas en navidad tienen el poder de aletargar las horas. Si algo nos enseñó este año es que la paciencia es una virtud que no muchos cultivan, aunque deberían.
Fiesta en familia
Para una fiesta en tiempos de pandemia no es necesario que uno coma frente a su cámara toda la noche y platique con su familia con el audio entrecortado porque todos quieren hablar al mismo tiempo. Basta con una videollamada de media hora para comentar “lo de siempre”. Hablar del encierro como algo que ya se ha vuelto tan cotidiano que comienza a producir novedades que valen la pena comentarse como quien comenzó un emprendimiento, tiene un nuevo trabajo, retomó su pasatiempo perdido o encontró una nueva serie.
En cuanto a los abrazos, éstos se hacen con un gesto que hasta hace poco sólo veíamos en los conductores de televisión cuando tratan de ser afectuosos con su audiencia. Aunque también están los regalos que llegan, a veces inadvertidos, hasta la puerta de tu casa. Claro, algunos dirán que el cariño no se puede comprar con regalos, pero esas pequeñas muestras de cercanía reconfortan, sobre todo cuando vienen acompañadas de una notita, aunque sea en papel de ticket. Lo que importa es el contenido.
Y ya está, casi sin darnos cuenta, cambiamos nuestras costumbres. Todo el año nos entrenamos para que, todavía en medio de la pandemia, lo que en otros años nos hubiera parecido impersonal y grosero, se convirtiera en una enorme muestra de cariño. “Me alejo de ti para protegerte” ya no es más un diálogo trillado de una pésima historia de amor, sino el “te amo” de estos tiempos.
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