Estos tiempos extraños nos han obligado a recluirnos en casa. De unas semanas a otras, nuestras casas dejaron de ser los lugares a los que llegábamos a descansar o a pasar el rato, para convertirse en el escenario de nuestra vida completa: para trabajar, para comer, para hacer ejercicio, para platicar con familiares y amigos. La cuarentena nos recluyó en diversos lugares, de todos tamaños y formas, y a los que podemos asomarnos en un acto voyeurista en las juntas o reuniones por Zoom. En mi caso ese lugar es en Ixtapaluca, el reino de las casas de interés social.
No siempre fue así. Cuando inició todo esto, pasé un par de semanas en la Ciudad de México, donde rento con dos amigas. Teníamos una pequeña rutina: ejercicio en las mañanas, trabajo en el día y película con vino en la noche. Sin embargo, antes de que declararan la fase 3 de contingencia, decidí volver a Ixtapaluca, al lugar donde viven mis padres.
Ixtapaluca: de cerro a mancha urbana
Ixtapaluca está a 32 kilómetros de la capital. Es uno de los municipios que pertenecen a la mancha gris del área metropolitana. Volver fue regresar al lugar de mi infancia y mi adolescencia. Desde mi ventana y en los cortos trayectos al mercado, me reencontré con la unidad habitacional que me vio crecer. Hoy pocas casas conservan la fachada original, de ladrillos y ventanas cuadradas. La mayoría, en cambio, parecen transformers, con ampliaciones vernáculas de todo tipo que los vecinos hicieron para volverlas espacios más habitables.
La casa de dos niveles en la que crecí me pareció de muñecas. Volvieron a mí las tardes en mi cuarto en el que sólo cabía una cama, un librero en el techo y un buró; de la cortina que cerraba intempestivamente cuando quería estar a solas; de cuando el mugido de las vacas que subían por la calle a pastar al cerro (donde ahora hay más casas) me hacían asomarme a la ventana; del campo de tierra suelta (donde ahora hay una escuela) en el que aprendí a andar en bicicleta; de ver las estrellas en la noche; de las salidas con mi mamá a las 6:00 de la mañana a conseguir la leche Liconsa: de formarse, esperar y regresar con los litros de leche embolsados en la cubeta.
Y así como había buenos recuerdos, había otros no tan agradables. Como cuando el vecino, adolescente y rebelde, ponía su música a todo volumen. Aquí las paredes son más cartones que paredes. Cuando quería ir a talleres en la Ciudad, pero todo estaba lejos. O cuando, más grande, para llegar a la secundaria debía tomar trayectos de más de una hora. De caminar rápido de la mano de mi mamá a las 5:00 de la mañana para llegar a la carretera y pescar la combi Santa Martha-Aeropuerto con asientos. De encontrarme en la parada con los vecinos que también esperaban la misma combi para ir a trabajar. La realidad mía, la realidad de muchos.
Cinturón de casas de interés social
Comencé a investigar sobre este lugar que estas últimas semanas se ha convertido nuevamente en mi hogar. Las historias de quienes vivimos aquí, aún con matices, son similares. Para muchos, inició en la década de los 90 con la esperanza de comprar un hogar en los alrededores de la ciudad, donde todo comenzaba a encarecerse más. Mientras en 2004 una casa en la colonia del Valle rondaba el millón de pesos, una de interés social en un municipio conurbado alcanzaba los 334 mil pesos. Una tercera parte del costo total.
Ixtapaluca, al igual que otros municipios aledaños a la Ciudad de México, fueron el experimento de vivienda social que comenzó en los 70. El suelo que antes era de ranchos lecheros y agrícolas, se convirtió en campo fértil de unidades habitacionales: de hileras de casas iguales multiplicadas por miles. En 2004, el Instituto Mexiquense de la Vivienda de Interés Social reportaba que todos los días llegaban a vivir al Estado de México alrededor de 1, 200 personas, lo que significaba una necesidad de construcción anual de al menos 60 mil casas.
La maquinaria de construcción masiva de casas fue impulsada por Casas Geo (ya en quiebra), Casas Ara, HIR y Urbi. Hoy pueden verse en Geovillas de Santa Bárbara, Los Héroes, Cuatro Vientos, Izcalli, El Carmen y San Buenaventura.
Experimento de vivienda
La promesa era hacer pequeñas microciudades donde las personas pudieran trabajar y vivir de forma productiva y tranquila. Sin embargo, por la mala planeación, el abandono de las autoridades y la inseguridad, no se cumplió. En cambio, hoy estos municipios son, en gran medida, ciudades dormitorio, es decir, lugares de descanso para miles de personas que van a trabajar y estudiar a la Ciudad de México. He escuchado a algunos vecinos decir que comprar aquí es una suerte de condena.
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La casa de interés social en la que crecí está deshabitada. Se encuentra a unas calles de donde viven mis papás y allí voy cuando quiero recordar, reconocer y agradecer. Estas últimas semanas me he acercado a esa unidad habitacional a la que durante años rehuí. Sin todo el trajín del metro y el día a día, esta temporada de confinamiento es una gran oportunidad para reconciliarnos y reimaginar aquellos espacios en los que queremos vivir. De diseñar la manera en cómo queremos habitarlos. Pueden pensar que nos condenaron, pero no es así.
#LaCiudadALaQueVolveremos
PS: El proyecto Alta Densidad, del fotógrafo Jorge Taboada, es un gran acercamiento visual a estas viviendas alrededor del mundo.