Alguna vez escribí sobre la importancia de ver por la ventana, y ahora viene al caso porque creo que esa (no)acción será la que la mayoría de nosotros, los confinados, estaremos haciendo mucha parte del tiempo. Sigo pensando que mirar por la ventana es una de las formas más filosóficas del pensamiento, aunque también de la melancolía. Esta es una apología a la menospreciada actividad de mirar por la ventana.

La mirada en nuestra cultura se percibe como una herramienta para resolver cosas. En la RAE, por ejemplo, las acepciones de mirar son “registrar”, “atender”, “juzgar”, “inquirir” y cosas del mismo tipo, lo cual indica que uno mira para aprender algo del objeto que mira. Pero al ver por la ventana se revierte el orden: el objeto mirado por una ventana –un árbol, gente pasando, lluvia o un muro– es solo un punto de descanso para los ojos: los pensamientos van casi siempre en dirección de uno mismo.

mirar por la ventana

Foto de Paco Díaz

Mucha gente olvida lo profundo que puede ser algo tan ordinario. Cuando alguien, digamos, en la oficina, nos ve mirando un momento por la ventana piensa que estamos distraídos, chismeando o perdiendo el tiempo. Pero olvidan que esta actividad, paradójicamente, no es para ver qué está pasando en el mundo, sino para descubrir los contenidos de nuestra propia mente. Y, sí, para resolvernos a nosotros mismos. El poeta Wallace Stevens decía que “no siempre es fácil notar la diferencia entre pensar y mirar por la ventana”.

edward hopper

El acto de ver por la ventana y no reparar en lo que vemos (sino solo descansar los ojos) es también una de las formas de la melancolía. Pensemos en las pinturas de Edward Hopper, en las que tantas mujeres miran por la ventana. No hace falta que el artista nos explique que están pensando en sí mismas, recordando o esperando algo, y no viendo las cosas del mundo. No es necesario porque lo sabemos por experiencia. Alguna vez todos hemos dedicado tiempo a la reflexión en esa misma postura, y muchas veces acompañados de pulsos de melancolía ––por excelencia un estado reflexivo.

Uno no elige en qué momento quedará como hechizado ante una ventana por un rato. Entonces, ¿por qué nos sigue pareciendo reprobable que alguien en un ambiente “productivo” haga lo mismo? No hay nada más productivo que hacer una pausa y mirar hacia adentro. Aparte el acto nunca dura más de unos minutos. Tal vez se descalifica porque banalizamos el acto de soñar despiertos; no lo tomamos muy en serio y lo relegamos a la literatura o a la pintura, a las cosas sin tiempo.

“El potencial de soñar despiertos no es reconocido por las sociedades obsesionadas con la productividad”, dice un artículo en Philosopher’s Mail. Pero el individuo, casi por una función biológica, busca desentrañar significados. Si no nos tomamos el tiempo de mirar por la ventana como un acto fundamental para entender el mundo, entonces nada de lo que hagamos tendrá sentido. Seríamos como autómatas llevando a cabo tareas que no son nuestras, porque nada que no sea observado puede revelarse y ser claro. Las ventanas, por lo tanto, son la arquitectura de una rebelión pacífica contra el mundo automatizado. Son espejos de aire libre por donde podemos mirarnos sin asfixia y permitir que la creatividad se suelte. Mirar por la ventana, entonces, debería ser una tarea apremiada por las oficinas y un acontecimiento diario para el espíritu.

Ahora, en cuarentena forzada, es momento de pensar en mirar por la ventana como una actividad productiva, importante y pacífica, que podemos hacer como quien pierde el tiempo.

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