Hace medio siglo, los conflictos políticos y las protestas populares le dieron la vuelta al mundo, avivados por el entusiasmo de una juventud crítica e inconforme y luego reprimida por las autoridades. En el año 1968 se encadenaron una serie de levantamientos por toda Europa y América, a partir del Mayo francés, que sirvió como ejemplo e inspiración para la contracultura y oposición a la Guerra de Vietnam.
En la Ciudad de México, la atención estaba puesta en los preparativos para los Juegos Olímpicos, pero el fuego se encendió con una pelea callejera que marca el primer punto del recorrido. El 22 y 23 de julio, los alumnos de las vocacionales 2 y 5 del IPN se enfrentaron con los de la preparatoria Isaac Ochoterena, y en respuesta, los granaderos allanaron la segunda, una afrenta que dio inicio a la naciente organización estudiantil.
La Vocacional 5 ocupa el espacio donde antiguamente estuvo la Escuela de Comercio y Administración, en la esquina de Enrico Martínez y Emilio Dondé, frente a la Plaza de la Ciudadela. Cada fin de semana, el jardín se llena de espectáculos musicales y gente que se reúne para bailar, y por las noches, otra rutina comienza entre sus andadores. Tiempo atrás, en 1913, este rumbo ya había presenciado los combates y las barricadas de la Decena Trágica, que terminó con la muerte de Francisco I. Madero. A unas cuadras, “la Ochoterena” continúa habitando una vieja residencia porfiriana en el número 35 de Lucerna.
A finales de los años sesenta aún quedaban varios planteles de la UNAM al norte del Centro Histórico, en una zona conocida como el Barrio Universitario. El corazón de este cuadrante era el Colegio de San Ildefonso, que en 1968 albergaba las preparatorias 1 y 3, desalojadas por la policía y el ejército la madrugada del 30 de julio. Durante este episodio quedó destruida una de las puertas de madera, acción que pasó a la historia como “el bazucazo”. Vale la pena visitar este edificio de estilo barroco, construido por los jesuitas en el siglo XVIII y ampliado a inicios del XX, que hoy funciona como museo. También fue la cuna del muralismo mexicano, y entre sus rincones se pueden admirar trazos de Rivera, Orozco y Siqueiros, entre otros artistas.
Como respuesta a lo sucedido, la UNAM, el IPN y otras instituciones entraron en huelga, mientras el rector de la primera, Javier Barros Sierra, encabezó una marcha en defensa de la autonomía. El 1 de agosto, la multitud partió de la Rectoría y avanzó por la avenida Insurgentes hasta el cruce con Félix Cuevas; justo en ese punto hoy se encuentra un pequeño monumento que recuerda esa jornada, con una roca del Pedregal y la leyenda “la Universidad llegó hasta aquí”.
En el transcurso de las siguientes semanas, el movimiento creció con el apoyo de distintos sectores de la sociedad mientras los disturbios se extendían en el primer cuadro. El 13 de agosto, más de 150 mil personas caminaron por el Paseo de la Reforma y llegaron hasta el Zócalo; la hazaña se repetiría el 27, cuando los asistentes fueron desalojados de la plaza por la fuerza pública. El 13 de septiembre, la “manifestación del silencio” volvió al corazón de la capital y significó el apogeo de la causa estudiantil, con una participación cercana a las 250 mil personas según los registros periodísticos. Poco después, el ejército tomó la Ciudad Universitaria y el Casco de Santo Tomás.
La vida cotidiana fue narrada por múltiples autores en crónicas como la célebre Los días y los años, de Luis González de Alba. Otros imaginaron relatos y novelas con el 68 como escenario, desde Gerardo de la Torre con Muertes de Aurora o Juan García Ponce con La invitación, hasta Luis Spota con La plaza o Marco Antonio Campos con Que la carne es hierba. Un fragmento de esta última retrata la nostalgia de una generación por presenciar un momento único:
Cuando vuelvo al pasado, cuando recuerdo las manifestaciones impresionantes, hay una imagen que viene una y otra vez y que parece incendiar los ojos de la memoria: el Zócalo lleno de luces, la gente riendo, cantando, gritando, cohetes, campanadas, banderas. Entonces vuelve la misma emoción alegre, libre, inaprehensible. Entonces pienso en esos días que no volverán.
El último punto de nuestro viaje es Tlatelolco, el conjunto habitacional más moderno de su tiempo, creado por el arquitecto Mario Pani e inaugurado en 1964. El lugar de encuentro para los vecinos es la Plaza de las Tres Culturas, junto a las ruinas de la urbe prehispánica y al templo de Santiago Apóstol, erigido por los franciscanos a inicios del siglo XVII. En este sitio, la tarde del 2 de octubre, el ejército disolvió con violencia un mitin del comité de huelga; el número de muertos no se ha precisado, aunque una pequeña estela de piedra mantiene presente la memoria, lo mismo que algunos murales en la fachada del edificio Chihuahua. 1968 fue el fin de una época, pero también el inicio de otra.
.
Más en local.mx
Popotla: el encantador barrio que está a la sombra del Árbol de la Noche Triste