Caminar por las calles de Popotla es encontrar una mezcla de estilos, personajes y rincones –con relatos de terror incluidos. Siempre a la sombra de un famoso y triste árbol, este barrio tiene un encanto muy particular, que hay que conocer.

Popotla es una palabra de origen náhuatl que se ha traducido como “lugar de popotes o de carrizos”. En la época de la Conquista era una población ubicada en la ribera del lago, junto a la calzada que comunicaba a México-Tenochtitlan con Tacuba, cuyo trazo se conserva hasta nuestros días. Esa fue la ruta por la que escaparon los españoles tras la derrota del 30 de junio de 1520, y según la leyenda, Hernán Cortés se sentó a llorar bajo el ahuehuete que desde entonces es conocido como el Árbol de la Noche Triste.

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En distintos momentos, varios árboles se han adjudicado ese título; lo cierto es que el de Popotla se convirtió en el símbolo de la identidad local, e incluso inspiró el ícono de la estación del Metro, aunque del árbol hoy sólo podamos ver sus restos, ya que fue incendiado en 1981. La plaza en la que ésta se encuentra es el corazón del barrio, lugar de reunión y de paso para cientos de personas a diario, y en cuya acera oriente se levanta la parroquia de la Virgen del Pronto Socorro, construcción de líneas sencillas tanto en la fachada como en el interior. Antiguamente aquí estuvo un templo dedicado a San Esteban, que aparece en una pintura de José María Velasco y fue demolido hacia los primeros años del siglo XX.

Otro espacio abierto a la convivencia entre los vecinos es el Parque Cañitas, un amplio jardín de forma irregular, rodeado de callejones donde las viejas casas aún mantienen el ambiente del pasado. Una de ellas fue el escenario para la crónica sobrenatural del polémico libro Cañitas, que se volvió de culto a finales de los años noventa y fue llevado al cine en el 2007. De vez en cuando, la inscripción de la entrada a Cañitas 51 atrae a algún grupo de jóvenes interesados en la novela. También hay muestras de estilo ecléctico, como la de Ferrocarril de Cuernavaca 73 o las de México-Tacuba 366 y 390, situadas en un pequeño cuadrante que por un tiempo se llamó Colonia de la Paz.

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El mejor ejemplo de la arquitectura porfiriana es el Colegio Militar, un enorme complejo planeado por el hijo del presidente, el ingeniero Porfirio Díaz Ortega, que originalmente fue la sede de la Escuela Normal de Maestros y abrió sus puertas en 1910. El diseño es muy peculiar, con un campo deportivo al frente que enmarca y acentúa la longitud del inmueble principal; dentro hay que visitar el salón de actos, decorado por el pintor Daniel del Valle con alegorías de la educación y la patria. Como dato curioso, aquí se filmó la cinta Cuna de valientes en 1971.

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Colección Villasana-Torres, vía Ciudad de México en el Tiempo

Al norte, Popotla se extiende hacia una franja de terreno que antes formó parte del fraccionamiento de San Álvaro, como atestigua una panadería que aún lleva ese nombre en Mar Célebes casi con Mar Egeo. Como el resto de la colonia, esta parte se caracteriza por tener calles tranquilas, con numerosas viviendas que rondan el siglo de vida y hacen de cualquier tarde un paseo muy agradable, mención aparte del típico mercado sobre ruedas que se instala en Mar de la Sonda. Y en Mar de Arafura hay un jardín triangular bautizado en honor del compositor y vecino Felipe Llera, autor de “La casita”.

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Al suroeste, en la frontera con el pueblo de Tacuba, apenas quedan huellas de un caserío llamado Cuatro Árboles. Se trata de la primera calle de Pocito, donde una gasolinera reemplazó la memoria del cine Popotla en el mapa de la imaginación popular; al adentrarse, el camino se estrecha y aparecen muros y ventanas cada vez de mayor edad, además de una cruz que todavía es una página no escrita en la crónica del rumbo.

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Para terminar, muy cerca sobreviven dos construcciones interesantes: la de México-Tacuba 570 ya aparece en un plano de 1879 y alberga el asilo de la Fundación “Agustín González de Cosío”, que pasa desapercibido entre los puestos de tacos de la avenida. A la vuelta, en Mar Negro 188, la Quinta Teresita es un curioso vestigio de las residencias campestres que poblaron esta zona, donde los citadinos de ayer buscaban escapar del ajetreo cotidiano con el clima favorable y la vegetación que aún hoy podemos disfrutar.

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