En mi camino diario (bueno, ahora no tanto con la cuarentena), cruzo por abajo del Viaducto. Voy al parque de la Nápoles o al súper (en mi colonia no hay súper) y veo cosas que viven allí, peculiarmente. Creo que sólo peculiarmente se puede vivir abajo del Viaducto. Iré contando las cosas que he visto, como una vez que adopté un sauce llorón que alguien (el Gobierno) plantó medio metro bajo el puente de Río Becerra, de modo que la lluvia nunca lo mojaba. Pero esta vez hablaré de la milpa.
Me imagino que esta mini-milpa del Viaducto es de los de la carnicería de enfrente. O tal vez del que vende chicles y jugos abajo del puente. Mide alrededor de 6 metros cuadrados y está sobre una montañita de tierra seca debajo de Río Becerra. Está bien cuidada y suficientemente escondida para que nadie repare en ella. Se pierde en los colores de los puentes, y además casi nadie pasa por allí caminando. Los que van manejando son los que sabidamente nunca voltean a ver la ciudad y sus detalles. A menos que haya un semáforo, que por suerte aquí no hay. Por eso sobrevive la milpa como si fuera una parcela particular. Y nadie la molesta.
La he visto desde chiquita, con los pastos largos de la milpa verde. Pero hoy que pasé ya estaba seca y sin mazorcas. Acaban de cosechar, supongo.
La milpa de Viaducto es un ejemplo bien llevado de la guerrilla botánica de una ciudad que extraña el campo. Todo camellón es una oportunidad para la autosuficiencia alimenticia de los vecinos. Y el Viaducto podrá ser muchas cosas (como nuestra peor pesadilla en hora pico) pero tiene una función accidental a todas luces hermosa: esconder milpas clandestinas, por ejemplo.
#SusanaNostalgia