En la Ciudad de México tuvimos nuestro palacio chino, y aunque era solo una sala de cine, su nombre le hacía justicia al fastuoso decorado de su edificio, inspirado en el Lejano Oriente. Los interiores eran réplicas fantásticas de pagodas de Birmania (Myanmar) y de templos chinos, y cuentan que en su época de esplendor ir al cine allí era como entrar a un sueño: “Todos los pasillos estaban decorados estilo chino, jarrones, máscaras, hasta riachuelos con puente y todo; y bellos farolitos, era totalmente otro mundo!”. Adentro había, según otro testimonio, “pagodas, un dios de ocho brazos dorado e inmenso, reminiscencias de los templos de Birmania, y cuando se apagaba la luz para que empezara la película, los templos brillaban en la obscuridad”…
Desafortunadamente, las decoraciones y los murales fueron desmantelados, y ni siquiera quedan fotografías de los interiores (o por lo menos yo aún no las encuentro). Pero parte de la fachada, mucho más sencilla que los interiores, aún sobrevive en la Calle de Iturbide, en el Centro Histórico. Es un edificio decó pintado de color vino, con ventanas de herrería estilo chino, dos letreros de neón que dicen su nombre con tipografía “china”, pequeños budas en las paredes y una marquesina, ya vacía, donde anunciaban la cartelera del día.
Originalmente este predio medía 6 mil metros cuadrados y llegaba hasta la calle de Bucareli. En un principio allí estaba la sede del Frontón Nacional y después, en 1933, fue la Arena Nacional, donde debutaron luchadores de la talla del Chango Casanova, Kid Azteca y Maravilla Enmascarada. Sin embargo, en 1937, la arena se incendió y los dueños, Lavergne y Fitten, se vieron obligados a vender la propiedad. El lote quedó baldío por tres años hasta que el empresario Luis Castro, dueño de varios cines, lo compró.
La visión del Sr. Castro era edificar en este predio una sala de cine monumental de 4 mil butacas, con estilo oriental. Contrató a los arquitectos Luis de la Mora y Alfredo Olagaray para construir el edificio, y a los artistas Juan Campos y Humberto Ramírez para realizar los murales y la decoración. Así nació el Palacio Chino, cuyo nombre respondía al decorado de fachada e interiores y su cercanía con el Barrio Chino de Dolores.
La sala se inauguró el 29 de marzo de 1940 con la cinta Luna de Miel del director inglés Alexander Korda. Fue un gran evento. Hasta los actores Charles Chaplin y Gary Cooper enviaron felicitaciones por telegrama. El boleto de aquel día costaba tan sólo 4 pesos.
Desde entonces el Palacio Chino se convirtió en un cine emblemático, tanto por su concepto como por su tecnología. Era considerado cine premier (o de lujo) porque contaba con alfombrado, butacas acojinadas, sonido cinemascope y pantalla panorámica. Además, era de ambiente familiar. Cómo se acostumbraba en los cines de aquella época, exhibían una sola película a la vez y había un estreno a la semana. No se reservaba lugar, se hacía cola y te sentabas donde podías.
Durante las dos décadas siguientes, el Palacio Chino exhibió muchas películas de la época de oro del cine mexicano. Allí se estrenaron Viviré otra vez y Allá en el trópico, por ejemplo, y se proyectó La feria de las flores, la primera película donde actuó Pedro Infante. Asimismo, organizaron conciertos matinales de música durante mucho tiempo.
Ya en la década de los cincuenta, ponen el Palacio Chino a la venta y lo compra Carlos Amador, empresario relacionado con el cine y esposo de Marga López. Fue entonces cuando el tamaño del cine se redujo a la mitad, se dividió en varias salas y pasó a conocerse como el Tele-cine Palacio Chino. Aunque contaba con una sala de súper lujo, para el año de 1965 ya era considerado como un cine de segunda.
En esta época tenían matiné y los jóvenes se iban de pinta allí a ver películas cómo la saga de la Guerra de las Galaxias o los clásicos de Walt Disney. Había miércoles de 2×1. También recuerdo el anuncio del Palacio Chino en la cartelera del Excelsior y al Tío Gamboín regalando boletos para ir al Palacio Chino en la televisión.
En la década de los 90 lo vuelven a poner a la venta y lo compra Cinemex. Entonces el Palacio Chino pasa de ser tele-cine a ser multicinema: sus cuatro salas se vuelven 11 salas de exhibición digital, de las cuales dos tenían las características necesarias para proyectar películas en tercera dimensión. El caso es que el monopolio de Cinemex lo transformó en otro producto más de sus cientos de salas, quitándole la poca identidad y personalidad que todavía le quedaban al lugar. Así funcionó durante dos décadas hasta que en el 2016, Cinemex anunció su clausura por “venta de boletos por parte de vendedores pirata” y por otras razones que ya no le representaban negocio. Los vecinos recuerdan a los trabajadores de la empresa desmantelando las instalaciones y llevándose butacas, proyectores y logotipos.
Desde entonces, el Palacio Chino lleva casi tres años cerrado y abandonado. Las cortinas de metal están pintadas con graffiti, hay hoyos donde antes estaban los budas, le faltan letras al anuncio de neón e indigentes durmen al pie de sus entradas. Sin embargo, allí está en pie, después de que ofreció entretenimiento por casi 77 años.
El Palacio Chino es parte de toda una época de salas de cine monumentales. Y curiosamente, es de las que más años funcionó, incluso más que el cine Teresa y el cine Ópera que también fueron inaugurados en la década de los 40. Sólo el Teatro Metropólitan sobrevive, que está a la vuelta y que también es de esa época, aunque principalmente funciona cómo sala de conciertos.
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