En la esquina de Varsovia y Paseo de la Reforma, en lo que antes era una bodega de archivo de la Barra Mexicana de Abogados, Isabel Hernández abrió una pequeña heladería de relucientes paredes blancas y luces tenues, se llama Amilado. A menos de un metro de la entrada, casi a pie de calle y al interior de una vitrina de cristal, el local exhibe una docena de helados que conforman un Pantone de colores pastel, que contrasta con la atmósfera monocromática del lugar. Este abanico de sabores, bajo una ambientación casi minimalista, es irresistible para la mirada de cualquier paseante que, en una tarde cálida, transita por las aceras de la ciudad.
Amilado habita la mente de su creadora desde que, en la cocina de París 16, Isabel empezó a indagar en las complejas cualidades del helado. El icónico restaurante de la Juarez, dirigido por el paladar de Alejandro Hernández, su padre, vio crecer a Isabel y durante años le prestó un espacio en donde experimentar con ingredientes locales y aprender de la mano de personas apasionadas por el buen comer.
Hija de un chef de Paris 16, Isabel adquirió el gusto por la comida desde niña. Con el paso del tiempo, los aromas y los sabores de los ingredientes que se usaban en la cocina de su padre se poblaron de recuerdos familiares provenientes de una época lejana. Hoy, ese aire de familia habita en el corazón de Amilado, mezclado entre los ingredientes de cada receta y proporcionando una armonía particular a cada bola de helado.
El espacio transmite una sensación de bienestar y se muestra como una escenografía en donde el helado y solo el helado es el protagonista. Vestidos de blanco y mezclados con el entorno, los baristas detrás de la vitrina reciben a todo transeúnte con un gesto amable que invita a probar todos y cada uno de los sabores. Ya sea el clásico helado de vainilla, o la inigualable bola de ciruela moscatel, cada una de las recetas sorprende por sus texturas y por los diferentes tonos de sabores que existen en cada una.
Mientras uno prueba los helados, se van encontrando sorpresas que remiten a otros lados y a otros tiempos. El helado de chocolate oaxaqueño transporta a una tarde de invierno acompañada de una tasa desbordante de chocolate caliente, el de amaranto nos llena la boca de la espesa textura de una alegría vendida en los mercados de la ciudad y el de cardamomo puebla nuestro paladar de sensaciones frescas y herbales, dignas de un paseo en el campo.
A través de esta sinestesia de sabores, olores y recuerdos, lo que empezó en las cocinas de Paris 16 se ha convertido en una manera profunda y completa de experimentar el helado. Así, la pequeña heladería a pie del Condominio Pani, se suma, de la mano de Isabel Hernández, a una constelación en crecimiento de locales que, con esfuerzos artesanales y una producción local, intentan cambiar, en la Ciudad de México, la manera en que se hace y se consume el helado.
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