La comida chatarra nunca fue parte de mi dieta familiar. Pedir una pizza o comer una hamburguesa eran milagros culinarios que sólo ocurrían en las fiestas infantiles o en algún extrañísimo momento en que mi mamá, por alguna razón de mucho peso, no hacía de comer. Pero mi papá, que solía llegar tarde de trabajar, tenía la gran ventaja de poder usar un comodín gastronómico, que a veces incluso compartía con nosotras (mis hermanas, mi mamá y yo). Esa exquisita excusa para romper la rutina alimenticia era para mí un manjar fuera de lo común: una torta en telera, rellena del guisado a escoger, que después pasa por una sandwichera para quedar calientita y un poco crujiente. El hogar de estas delicias es Bocadillos Royalty, que desde 1969 ha funcionado como un oasis (de calidad a buen precio) entre tiendas departamentales, comidas corridas, restaurantes buenos, malos, caros y baratos de Polanco.

Bocadillos Royalty

tortas

La tortería fue fundada por una pareja de españoles hace casi 60 años. Pero desde hace 30 le pertenece a un mexicano de nombre Carlos Vázquez. Félix, gerente del lugar, cuenta que en la década de los ochenta sólo competían con los tacos de la esquina como opción de comida en el recorrido de miles de personas que caminan del metro Polanco a la avenida Mariano Escobedo. “Vendíamos de 700 a 800 tortas diarias; había cola desde las ocho de la mañana, antes de abrir el local”. Pero desde hace 15 años las opciones se han diversificado. Hoy la cifra record va de 250 a 300 tortas al día.

Las tortas más pedidas en Bocadillos Royalty

Bocadillos Royalty

El espacio de la tortería es pequeño, de azulejos rojos, muy limpio, más que la tortería promedio; no se ven rastros de aceite. Los comensales se distribuyen a lo largo de las cuatro mesas grises. La barra es el lugar más especial, perfecto para comer solo. Ahí puedes observar cómo preparan las tortas y cuáles son las que más piden (la de pechuga de pavo y la de pierna), incluso puedes platicar con alguno de los tres torteros que atienden por la mañana o por la tarde. Esa rutina de barra fue una de mis actividades favoritas cuando era estudiante universitaria y regresaba cansada, hambrienta y con poco dinero. Había aprendido bien cómo usar mi comodín, mi carta favorita: la de chicharrón en una picosa salsa verde.

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Todos los rellenos se preparan en la cocina, con los 30 kilos de cada proteína que se compran a diario en el mercado del Rastro. Las teleras se recogen cada mañana en la panadería La Fe, de Tacubaya. El proceso de preparación es igual o incluso más sencillo que el de todas las tortas: parten la telera a la mitad y le cortan las orillas, le embarran frijoles o guacamole, según la elección (aquí no figuran la mayonesa ni la crema), después escoges el guisado: pechuga de pavo, pierna, milanesa, chile relleno, chicharrón, jamón, pollo, lomo, bacalao, etc., para después calentarla y acompañarla con el sello del lugar, los chiles y zanahorias en vinagre. “Ahí está el detalle”, dice Félix.

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Las tortas no son muy grandes, así que fácilmente puedes comer más de una y no sentirte fastidiado ni abotagarte. También puedes pedir tacos de los mismos guisados o una taza de caldo de pollo (como el que te prepara tu mamá) para preparar el estómago antes del buffet tortero. Para beber hay refrescos, agua de horchata o jamaica y Boings, pero yo recomiendo pedir un brillante Mundet rojo.

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[[Acaba de salir nuestra nueva guía impresa sobre la Ciudad de México (!), y el tema es el más rico de todos, del que todos hablamos todos los días: la gastronomía. Esta ruta por los tacos de la Narvarte (un “paraíso taquero”) forma parte de este libro, Local, edición especial de gastronomía, que ya está también a la venta en nuestra tienda en línea y en librerías.]]

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