El restaurante chino típico de la ciudad no se salva del cliché de los dragones dorados y las lámparas esféricas. Nuestro Barrio Chino –pese a ser el más chiquito del mundo– reproduce sin cesar los estereotipos de ese imaginario, local tras local, todo rojo con dorado. Lo anterior ni está bien ni está mal, sólo vuelve complicado para el curioso encontrar algo más auténtico; menos Disney, más Cantón. La China auténtica existe, aunque ni se viste de kimono ni da galletas de la suerte. Existe por la simple razón de una gran comunidad china en esta ciudad, que en algún lado vive y en algún lado come, aunque no precisamente en la calle de Dolores. Para muchos el auténtico Barrio Chino está en la Viaducto Piedad y un auténtico restaurante chino es el Jing Teng. Sin parafernalia, lo más cercano son las lámparas redondas y rojas que te reciben en la entrada, después de eso el local podría ser cualquier fonda de cualquier país; hay mesas, hay sillas, hay gente, hay comida.
Los comensales discuten en cantonés, el mesero recibe a señas, las cartulinas con los especiales se escriben con pictogramas. Sobrio, poco pretencioso, involuntariamente estético. Nada está distribuido para ser bello, sin embargo para el ajeno todo lo es. Paredes verde pálido y mesas redondas, pequeños platos y verduras coloridas. Es fascinante sentarte y escuchar sin entender los murmullos alrededor, que te reciban con té de jazmín en su tetera y diminuta taza.
Al fondo se apilan las canastas del dim sum y los bollos. Dim sum puede traducirse del cantonés como “ordenar hasta satisfacer al corazón”. El platillo viene de la idea cantonesa de variedad, muchas opciones de pequeños platos para desayunar o almorzar hasta quedar satisfecho. Se apilan en canastas de bambú una sobre otra, con las pequeñas bolas de masa rellenas dentro, de carne, mariscos o vegetales. Se sirve con té y se pide con bollos al vapor, otros bocados de masa y arroz rellenos de diversos ingredientes. Los morados, de camote dulce, son a la vez la felicidad de la comida y del postre.
El menú es extenso y un poco abrumador. Para ordenar la primera vez, además de varios dim sum, puedes escoger los favoritos de los comensales: la clásica sopa Wonton, hecha a base de caldo de pollo, cerdo y wonton (una masa muy fina y rellena generalmente de carne de cerdo), el caixin con ajo (una especie de col china) o los tallarines de arroz con res frita.
Al Jing Teng llegan en su mayoría chinos, algunos mexicanos que han descubierto el lugar y uno que otro viajero bien informado, porque a la Viaducto Piedad no se llega por casualidad. En los alrededores de la Avenida Coruña corren 13 calles, desde la Calzada de Tlalpan hasta la Avenida Andrés Molina Enríquez. En ellas se establecieron en los noventas muchas familias chinas que buscaban una zona con alquileres a buen precio y que pudieran vigilar de cerca –muchos de ellos aún viven arriba de sus comercios–. Así empezó el flujo de pequeños abarrotes y restaurantes orientales.
Los dueños del Jing Teng aún se comunican exclusivamente en cantonés. Llegaron a la ciudad hace ocho años, después de vivir un tiempo en Veracruz, en donde tenían también un restaurante. Su lugar se anuncia como comida estilo Hong Kong, paraíso gourmet de estilo cantonés, una cocina de aroma y sabor suave. Jengibre, cebollín, vino de arroz, soya, azúcar, sal. Las sopas son famosas por cocinarse lentamente en un caldo claro; se buscan ingredientes frescos, casi todo se come con té. El Jing Teng es buena comida a buen precio. Sin demasiado adorno, sin nada de pretensión, es el caso de los extranjeros que cocinan para ellos, para los suyos. No son atracción turística. Tan sencillo como suena –y sabe– el Jing Teng es un restaurante de comida china.
* Los asados especiales sólo se sirven los domingos (tocino con salsa de miel, pato rostizado, pollo estilo cantonés, mejillones al vapor con salsa tausi) y el dim sum es desayuno, así que es importante llegar temprano para encontrar variedad.
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