De los muchos lugares que cuentan la historia de Iztapalapa, pocos son tan importantes como el Cerro de la Estrella. Además de La Pasión en Semana Santa, hay una cantidad increíble de razones para visitar el cerro. Una de ellas es el Museo Fuego Nuevo, que guarda todas las piezas arqueológicas diminutas que los colonos se encontraron en excavaciones de sus casas o tiradas por allí. Casi todo el acervo fue recolectado por los habitantes de las faldas del cerro, por lo tanto, es el único museo de arqueología mexica hecho por la sociedad civil poquito a poco.
El nombre del museo refiere a una de las ceremonias más importantes para el pueblo mexica que se celebraba precisamente allí, en Iztapalapa: la ceremonia del fuego nuevo. Cada año, en el templo que está en la cima del Cerro de la Estrella, se reunían los sacerdotes de cada barrio del Valle de México para recoger un poco de fuego de la enorme hoguera que renovaban, la cual era un símbolo de la creación del sol. Por ello, antes de encender el fuego, todo el valle quedaba a oscuras y los habitantes sólo tenían permiso de iluminar sus casas después de la ceremonia, cuando su sacerdote les entregaba un “pedazo” del fuego que había recogido en el templo.
Museo del Fuego Nuevo: coleccionismo hormiga de los habitantes
En los cincuenta, mientras Iztapalapa crecía al pie del cerro, los habitantes encontraban “muñequitos” de barro o utensilios tallados en piedra. Los nuevos residentes de la zona no les tomaban mucha importancia y, en lugar de guardarlas en casa, las depositaban en unas casitas conocidas como “palapas”. Estas modestas construcciones en el Cerro de la Estrella fueron el antecedente del museo.
Cuando las palapas fueron insuficientes para resguardar todas las piezas, el señor Rafael Álvarez Pérez, un vecino de la zona (quizá uno de los más visionarios), fundó el Museo del Fuego Nuevo. Allí conservó todas las reliquias que los pobladores de Iztapalapa encontraron mientras construían sus casas. El primer museo parecía más bien una casa y, luego, en 1998, se construyó el museo de ahorita.
Las piezas y muñequitos del museo
Aunque muchas de las piezas que reunió don Rafael Álvarez fueron a parar a otros museos (como el del Exconvento de Culhuacán y, por supuesto, el Museo Nacional de Antropología), las que se quedaron son suficientes para que uno pueda conocer el pasado de Iztapalapa. Están por ejemplo, una estatua de Coatlicue, una de Mictlantecutli y una maqueta que muestra cómo se veía el Cerro de la Estrella en sus días de esplendor.
Cuando uno termina su visita al Museo del Fuego Nuevo, puede ir a las escaleras del lado izquierdo del edificio, que llevan hacia una pirámide que sirve como mirador para los visitantes. Desde allí uno puede ver toda la ciudad (en un día claro). Entre la nube gris que parece cubrirlo todo, se distinguen edificios como la Torre Latinoamericana, la Torre mayor y a lo lejos, ese manojo de edificios que es Santa Fe.
Por otro lado, si uno decide bajar las escaleras se encontrará con una cueva custodiada por una singular estatua de Tláloc. Cada fin de semana y cuando hay un evento importante para los guardianes mexicas, ahí dentro se enciende una hoguera donde queman hierbas aromáticas e incienso. Todo ahí recuerda a un pasado que se rehúsa a caer en el olvido.
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