La Condesa de los 90
La Condesa tuvo un aire esnob desde que fue concebida a principios del siglo xx, con un hipódromo, una plaza de toros, avenidas anchas y edificios de departamentos para gente elegante (como el Edificio Condesa, construido en 1911). Su destino ha sido siempre estar de moda. Ha tenido sus momentos bajos, pero a diferencia de otros barrios gentrificados, la Condesa nunca fue arrabalera ni una zona industrial con fábricas abandonadas (como lo fue el Soho neoyorquino), ni tampoco un barrio venido a menos. Con ese nombre era difícil ser otra cosa que la colonia eternamente chic. ¿No dicen que “nombre es destino”?
Lo que pasó después del sismo de 1985 no tenía precedentes en la Condesa. Aunque la colonia no sufrió tanto en el terremoto como la Roma o el Centro, muchas familias se salieron huyendo. El barrio se quedó solitario, los precios de los departamentos bajaron, y se volvió poco a poco la colonia a poblar de gente joven que buscaba lugares baratos para emanciparse de sus padres. Muchos de estos jóvenes eran artistas. Más que gentrificación, a lo que sucedió allí se le podría llamar “punkificación”.
La colonia ya tenía fama de bohemia. Desde los años sesenta el Edificio Condesa alberga a una comunidad bastante densa de artistas e intelectuales. Este barrio, céntrico, bien ubicado entre el centro y el sur de la ciudad, pero al mismo tiempo contenido y definido dentro de sus propias fronteras, al que hoy llamamos simplemente Condesa (conformado por tres colonias: la Hipódromo Condesa, la Condesa y la Hipódromo) tiene una atmósfera (“un algo”) que da pie a la creación de comunidades artísticas.
Es un lugar que otorga la sensación de pertenencia a los que lo habitan. Al contrario que otros barrios como San Ángel o Las Lomas, la calle y los parques son parte de la vida cotidiana, una extensión de la casa. No es casualidad que en esta zona se diera un movimiento cultural que empezó durante la década de los noventa y que luego explotó en los dos mil. El entorno urbanístico, la calidad de la traza urbana de la colonia y su histórica apertura hacia lo extranjero influyeron directamente con dicha explosión.
Dos momentos clave en la Condesa:
principios de los noventa y principios de los dos mil
Durante la primera década se gestaron proyectos de arte y espacios comunitarios que conectaron lo que sucedía en la colonia con el resto de la ciudad y el mundo. La revista Poliester, de la diseñadora Rocío Mireles y el escritor y artista Kurt Hollander, apareció en febrero de 1992 con un primer número dedicado al arte contemporáneo hecho por mexicanos, tanto fuera como dentro del país. Se tituló Cruzando fronteras. El diseño de Poliester, juguetón y experimental, fue pionero en México, además de que apareció en un momento en el que no existía ninguna revista dedicada al arte conceptual. Durante mucho tiempo, su eslogan fue “Pintura y no pintura”.
Además de Poliester, Mireles hizo el diseño de las revistas culturales que fundó el escritor Fernando Fernández: Milenio (que no duró mucho) y Viceversa, que se publicó ininterrumpidamente desde noviembre de 1992 hasta mayo de 2001. Después de Mireles, allí trabajaron una serie de diseñadores destacados como Leonel Sagahón, Álvaro Fernández Ros, Rodrigo Toledo, Soren García Ascot y Carlos Rabiela.
La Fonda Garufa y Café la Gloria
A principios de la década también abrió Fonda Garufa, que durante un tiempo fue el único lugar con “un poco de onda”. Ahí trabajó como gerente Ernesto Zeivy, pintor y restaurantero (y nativo del barrio), quien se conectó de inmediato con otros pintores. Él y Boris Viskin abrieron el legendario Café la Gloria en diciembre de 1994. Este pequeño restaurante tuvo dos grandes aciertos: los meseros eran gente joven del barrio, en muchos casos artistas que necesitaban horarios flexibles para estudiar, y por otro lado, su terraza y menú, ambos bastante exóticos en la ciudad de aquel entonces. El éxito fue inmediato. Además, La Gloria funcionó como galería de pintura y fotografía desde su inicio hasta que Ernesto Zeiby y Boris Viskin lo vendieron en 2016. Cada tres meses hubo ahí una nueva exposición.
La Panadería
En ese mismo 1994, Yoshua Okón y Miguel Calderón abrieron La Panadería en la esquina de la calle Ozuluama y avenida Ámsterdam, una galería de arte que pronto se convirtió en un foco de gran interés para la comunidad artística. Fue un lugar crucial en un momento en el que en México no había espacios para artistas que trabajaban en medios no tradicionales, como la instalación, el performance, el video, etc. En La Panadería, los vecinos de la Condesa pudieron acercarse al arte más loco y experimental que se estaba haciendo en esos momentos en México y en el mundo.
Estos lugares dispares (una galería independiente de arte contemporáneo y una fonda con terraza) funcionaron también como lugares de encuentro e intercambio de ideas, semilleros de creatividad en los que el diseño (gráfico, de moda, industrial) empezó a formar parte. Kurt Hollander, marido de Mireles, abrió los Billares Américo (ahora Malafama), otro punto de reunión fundamental en la colonia.
A finales de los noventa, la Condesa ya tenía la etiqueta de “trendy” en los suplementos de viajes del New York Times y The Guardian. La traza urbana y su belleza arquitectónica la hacía muy atractiva a extranjeros que llegaban a la ciudad —y en la Condesa no se sentían tan extranjeros—, pero también para toda una generación de chilangos (jóvenes en su mayoría) deseosos de una vida más urbana que la que ofrecen la mayoría de las colonias del extrarradio del (en aquel entonces) Distrito Federal. Empezaron a aparecer los primeros edificios de Javier Sánchez, el arquitecto que probablemente haya dejado la huella más notable en épocas recientes de la colonia: el edificio de Veracruz y Cuernavaca, de grandes superficies de vidrio y concreto expuesto; el Hotel Condesa DF, en colaboración con la diseñadora de interiores, India Mahdavi; los departamentos de Agustín Melgar, y muchos otros proyectos que este desarrollador y arquitecto ha construido en la zona.
Para el inicio del milenio, el diseño era ya parte fundamental de la colonia. Empezaron a salir revistas que de alguna manera heredaron el espíritu de Viceversa y Poliester: llegó Código, La Tempestad, Animal, Baby baby baby y Travesías, entre otras.
El Barracuda
Kurt Hollander abrió su siguiente local, el Barracuda, y los hermanos Zeivy, el Rexo y el Cinnabar Condesa. Estos antros (hoy desaparecidos) ya fueron diseñados por arquitectos profesionales (el Barracuda por Matthew Holmes, el Rexo por Luis Vicente Flores y el Cinnabar por Fernando Romero). Asimismo, entre las curiosidades del Edificio Condesa, los dueños de la galería kurimanzutto la hacían funcionar desde un almacén que se encontraba en él.
En 2001 se inauguró MOB, la tienda de muebles y objetos que dio un giro al diseño industrial mexicano y lo puso en el mapa internacional. En 2003, abrió la tienda de moda Cooperativa 244 —de hecho, otro de los nombres que barajaron fue Chic con Cuac—. Once diseñadoras se asociaron para exponer sus creaciones y venderlas a un público amplio en el local que hoy en día ocupa el restaurante Frutos Prohibidos. El proyecto se sostuvo durante poco más de un año, pero manejar una tienda entre once mujeres conlleva constantes dificultades. De cualquier manera, allí empezaron varias de las diseñadoras que ahora siguen trabajando y representando a México en el diseño de moda, como Carla Fernández, Genoveva Álvarez y Sophie Massun.
Carla Fernández
Muchas cosas sucedieron en estos veintitantos años en la Condesa. Cosas grandes, pequeñas, dispares, pero de alguna manera entretejidas: se consolidaron proyectos artísticos y de diseño, se formaron amistades y facciones, se inauguró la época del “loft living”, se hicieron revistas, muebles, exposiciones, cat-walks y, sobre todo, muchas, muchas fiestas y reuniones que han contribuido a crear lo que hoy es la escena del arte y el diseño en México. Ahora, después del terremoto de 2017, la colonia vuelve a demostrar su resiliencia, y nosotros seguimos celebrándola.
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