Pensé dar vueltas y vueltas en un espacio todo vacío,
todo fuente donde el engalanado castaño
había perdido su lugar en nuestro seto de enfrente,
encima de las plantas trepadoras.
-Seamus Heaney
Jan Hendrix nació y creció en la pradera holandesa. Viajero tenaz, recorrió buena parte de Europa desde muy joven y en 1975 llegó a México, donde se estableció. Aún así no hay indicios de que su carácter nómada se haya desvanecido: igual ha recorrido Asia, Australia y los países nórdicos. Pero Jan regresa siempre a México. Tierra Firme es la retrospectiva que el MUAC presenta como muestra y síntesis de estos trayectos.
El viaje permanente de Jan Hendrix está capturado, como un mapa infinito –casi un atlas–, en una de las paredes del museo. Script es un mosaico hecho con miles de pequeñas serigrafías que forman una tarjeta postal gigante: un entramado de memorias, impresiones y experiencias que atraviesan los años de 1996 a 2003 y quedan ahí, quietas, en una secuencia única.
Además de viajero, Hendrix es un naturalista. Sus libretas parecen las de un botánico o un entomólogo. Tal vez por eso fue tan natural su amistad y colaboración con Seamus Heaney, el Premio Nobel irlandés cuya oscura traducción de la Eneida que el artista ilustró con siluetas de barrancas, troncos y nervaduras de Yagul, Oaxaca, un sitio que ambos visitaban a menudo.
Tras la muerte de Heaney, Jan decidió no volver a ese valle que nombrado en zapoteco quiere decir ‘árbol viejo’. Pero quedan las cartas y los textos, los bocetos, la rama dorada. Hay que asomarse al estante de Materia Prima para ver todo el proceso creativo de Hendrix. Prueba, ensayo y error acomodados entre vitrinas y cajones que pueden abrirse para husmear los dibujos, mapas, polaroids, conchas marinas, plantas, boletos de tren y notas de diario.
También están presentes las estructuras de vidrio, peltre y metal que son pequeñas odas a los árboles y a las nervaduras de las plantas. A pesar de su condición metálica, rígida y pesada, esta naturaleza artificial dialoga con el entorno, flota como si nada y pervive en su condición de floresta.
En especial, en Tierra Firme hay dos salas que son puro relato del paisaje. Es inevitable sumergirse en los enormes tapices que penden sobre las paredes verdes y rojas; son paseos, derivas felices –como anotó el curador Cuauhtémoc Medina en algún texto– y puede que logren su cometido. De pronto uno tiene la sensación de estar en un espacio abierto, entre arbustos holandeses y cactáceas mexicanas que con sus sombras, vastas e íntimas, son el imaginario del viajero.
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