Hay algo muy bonito en la manera de recorrer kurimanzutto estos días. Desde el año pasado, la galería transformó el amplio espacio de su única sala en siete salas independientes, interconectadas y separadas entre sí por muros laberínticos. Esto es Siembra ese gran paraguas que recibe distintas exposiciones que se desarrollan a ritmo propio, como cultivos en una parcela.

Recientemente kurimanzutto reabrió sus puertas y con ello inauguraron dos exposiciones, que comparten con las otras cinco, que están allí desde el año pasado. Fuimos a visitarlas y todo el recorrido es encantador, pero hubo dos cuyas semillitas se nos quedaron bien plantadas.

Agustina Ferreyra

Durante la pandemia, la galería Agustina Ferreyra dejó su espacio y vino a encontrar uno temporal aquí. Hay fotos de Ramiro Chaves y esculturas de Ulrik López que juntas evocan un lugar cálido, casi húmedo, próximo a un cuerpo de agua. Que muestran ritos extraños pero presentimos cercanos.

Las fotos de Ramiro son escenas rituales en colores brillantes: un espantapájaros en medio de un sembradío está vestido con ropas viejas de mujer. Un arreglo floral (¿que quizás procede de un velorio?) descansa sobre un árbol en un canal, como si formara parte de la flora. O la imagen de una mesa y sobre ella una rosa y un plato de pan dulce conjuran al ritual doméstico.

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Esculturas de Ulrik López y fotos de Ramiro Chaves.

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Las esculturas de adobe de Ulrik son castillos de arena, altares o montañas, que comprimen tiempos y espacios: así como atesoran imágenes infantiles a la orilla de la playa (el sol en los hombros, la sal en la boca) nos recuerdan lo más concreto de un altar o una montaña. Graves, extrañas, monstruosas. En la superficie están grabados dibujos que podrían ser los del niño que defiende su castillo de las olas o las de un hombre antiguo que adora un dios.

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Roberto Gil de Montes

La exposición de Roberto Gil de Montes, cuya obra no conocíamos, nos fascinó. Sus pinturas delinean un paisaje playero, bajo un sol blanco y redondo, el aire azulado. Un cuadro de gran formato muestra una escena caótica de la danza del venado, ese ritual de los indígenas yaqui y mayo, del norte del país, que describe la vida y muerte del venado, su animal sagrado. Entre más se acerca uno, la escena se torna más extraña. Los danzantes están mutilados, tristes o desesperados. Decapitados, como los atuendos en su danza.

Podemos imaginar muchas cosas, pero eventualmente surgirá la pregunta ¿por qué eligió esto el artista?

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Sus imágenes esconden la realidad al tiempo que la muestran. Son instantes que recompensan la paciencia del visitante con historias y significados que se desdoblan. Pero que, como en un poema, eventualmente se retraen y te recuerdan que no te pertenecen.

Sigue el recorrido

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Daniel Guzmán. ¿Dónde estás?

En el recorrido siguen las exposiciones de varios artistas. Calcetines sin pareja de Wilfredo Prieto es una instalación hecha con calcetines sin par (donde uno puede jurar que encuentra uno suyo). SEXtrauma de Salón Silicón, la galería que también vino a encontrar aquí un espacio, es una exposición que gira en torno al sexo. El hombre que debería estar muerto pero resucitó a otra vida de Daniel Guzmán tiene un tapete-mural muy especial al centro. Utopista de Minerva Cuevas es una recopilación de los carteles de la artista. Y Amenaza cocotera de Miguel Calderón reúne dibujos de palmeras cocoteras y un perro o bestia que las visita.

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En esta visita no hay fichas técnicas o texto de sala a la mano. Uno tiene que escanear el código QR para encontrarlas y a nuestros ojos, esto nutre la experiencia.

A Siembra hay que ir tantas veces como sea necesario. El recorrido es aire fresco, tierra arada, desmenuzable. Definitivamente se siente ese intento de la galería más instituida de todas de remover su propio suelo y nutrirlo.

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