Una vez lo hecho en México era mucho y estaba bien hecho. La estética de esa época era deliciosa y se sentía propia. Cada línea, palabra, material y color se concibió aquí y para los nuestros con estilo, forma, figura y calidad. Herederos conocidos de esa época tan afortunada para el diseño son hitos como la identidad visual del metro y las Olimpiadas del 68. O la sillas Acapulco. Otros menos conocidos son tan cotidianos que cohabitamos con ellos sin pensar en desentrañar la historia de sus formas (como los saleros en forma de frutas). Pero en todos –los reconocidos y los cotidianos– está la historia bonita de unas décadas en las que decoramos nuestros espacios con lo producido aquí, pues era símbolo de ser modernos, si entendemos modernidad desde la postura del progreso. De ahí viene el nombre de esta exposición en el Museo de Arte Moderno: Fuimos modernos, una revisión al diseño en México de 1940 a 1980.
Recorrerla es resumible en una frase que es el lugar más común pero resulta cierto: un viaje en el tiempo. Como todos los viajes, Fuimos Modernos tiene algo de nostálgico, pero de la nostalgia agradable, no la de los suspiros lánguidos sino la de los buenos recuerdos. Da gusto pasearse por las salas y escuchar a la gente decir que recuerdan que tal o cual mueble estaba en su sala, o en la de su abuelito, que tal o cual mosaico era el de su baño. Es fácil entrar en la dinámica pues en casi todo lo que se exhibe en Fuimos modernos nos encontramos. Las sillas de plástico con forma de huevo y patas de metal, las postales que vendieron para los Juegos Olímpicos del 68, las maquetas de los animales de concreto de los parques, de Alberto Pérez Soria.
En las salas hay de todo: timbres postales, sillones, mesas y sillas, los famosos perros de Cerámica de Cuernavaca. Revistas y fotografías, los exprimidores de naranjas de metal que todavía sobreviven en algunas juguerías afuera de las estaciones del metro, o una estufa de Mabe. La historia está bien desenredada y se nos presenta con 350 piezas sacadas del olvido, que encarnan el espíritu innovador, nacionalista y profundamente estético de esos años.
Es molesto decir esos años con la mirada nostálgica que reivindica el pasado y condena el presente, pero por suerte Fuimos modernos no es el caso. La revisión que hacen es vital y la ilustran con buenos textos de sala y una selección impecable, pero la razón va más allá del gusto por la nostalgia. La Ciudad de México fue nombrada capital mundial del diseño 2018, un honor que la establece como un sitio en el que el diseño vive y se produce con calidad. Revisitar el diseño de 1940 a 1980 –que tuvo un crecimiento tan acelerado que era cercano a una utopía– es un ejercicio de memoria sobre nuestra modernidad, y un llamado al rescate de una época que comparte con el presente del diseño mexicano el cariño y la reivindicación de lo hecho en México.
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