Los veintes del XX

Hace exactamente un siglo, la Ciudad de México estaba un poco más vacía, era un poco más bonita y mucho más pequeña. En los veintes del siglo XX habían desfiles de militares atléticos frente a Palacio Nacional y los camiones de bomberos eran diminutos. Bellas Artes estaba en ciernes, la gente en la calle hablaba de lo cara que había salido la obra. De entre todas las tiendas que había en una típica calle céntrica, destacaba la marquesina de una joyería llamada La Princesa y los carteles de “no hay cambio” en muchos negocios por la escases de monedas que había en la época.

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Las mujeres de clase alta iban a grandes tiendas departamentales, como Palacio de Hierro, a ver los hallazgos textiles que llegaban cada quincena de las casas de moda europea. Las más conservadoras usaban vestidos largos y las más rebeldes el pelo corto y tenían adherido un cigarro en la boca. En tanto, los hombres caminaban con sombreros de todo tipo– Columbia, Poket, Dakota – y en las esquinas los policías llevaban uniforme blanco y se paraban encima de una tarima a  controlar el tráfico; a una buena cantidad de peatones, carretas y coches cuadrados con techos endebles. Los que no tenían carro se montaban en los tranvías eléctricos, algunos se subían en la parte de atrás para viajar de “mosca”.

Una fotografía cercana a los años veinte donde se aprecia la vida cotidiana en a unos pasos de la Catedral Metropolitana.

En esos veintes, el Castillo de Chapultepec era la casa de los presidentes y San Juan de Letrán refugio de los entusiastas de la vida nocturna. Los cabarets de esa calle estaban plagados de hombres solitarios que fantaseaban con vedettes y los bares pequeños de intelectuales que iban a escuchar jazz y a hablar del nacionalismo que había nacido tras la guerra.

Aunque, quizá lo mejor de aquellos días era que los capitalinos tenían vistas privilegiadas del Popo y el Iztaccihuatl, desde una multitud de calles y ventanas.

Los veintes del XXI

En 2020, la Ciudad de México conserva algunas construcciones y costumbres, pero tiene un ritmo por completo distinto. Hay semáforos y ya casi nadie usa sombrero. Las mujeres trabajan y salen de los edificios a fumar y a esperar que su jornada laboral termine. Ya no hay carretas, solo una multitud, casi indecente, de coches que con los años se han apropiado del derecho de los peatones. La contaminación llena de bruma los horizontes y ahora en cada calle hay una alarma sísmica. Bellas Artes se llena de gente cada vez que llega una exposición y el Castillo de Chapultepec es un museo.

Pero aunque han pasado 10 décadas, el espíritu es el mismo. La ciudad todavía es única, estrafalaria, viva. Dicho eso, aquí les dejamos algunas comparaciones entre el pasado y el presente, para que juzguen ustedes mismos cuánto (y cuánto no) hemos cambiado.

El Zócalo de los veintes en s. XX

En 1920, la Plaza de la Constitución tenía bancas –en las que algunos se sentaban a leer los avisos de ocasión del periódico– y fuentes. Estaba diseñado como un jardín europeo en el que las plantas y las flores formaban un laberinto verde frente al Palacio Nacional. La Catedral era muy concurrida, era común ver a vuidas con velos y paraguas negros que se abrían paso entre las vías del tranvía.

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El Zócalo los años veinte. AL frente está la estación de tranvías, de primera y segunda clase. Foto: Colección Villasana-Torres.

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Cortesía de La Ciudad de México en el tiempo

Hoy el Zócalo es igual de monumental y concurrido, pero no hay donde sentarse. Este espacio ha visto pasar en diez décadas de movimientos sociales y es cada año el destino final de la multitudinaria marcha gay. A veces, si una llega en la mañana, puede ver a un grupo de maestros dando clases de yoga o de zumba. A veces los mejores artistas del mundo dan ahí conciertos gratuitos y cada otoño es la sede de la feria del libro más importante de la ciudad. Las campanadas para anunciar la hora continúan. (Aquí puedes escuchar una grabación de cómo se escuchaban las campanas de la Catedral.)

La Roma

Para el final de la Revolución Mexicana, la Colonia Roma era el refugio de los los carrancistas y de los obregonistas. En los 20 era un barrio vanguardista (con electricidad, pavimento y agua potable) cuyos predios pertenecían al estrafalario dueño de un circo. Estaba llena de casas Art Decó y californianas, cuyos habitantes eran extranjeros aristócratas que llenaron las arterias con cafés y centro de reunión inspirados en Europa.

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La avenida Álvaro Obregón vista desde el cruce con Monterrey, en la colonia Roma, en junio de 1928, cuando todavía llevaba el nombre de Jalisco. La casa más alta del lado izquierdo perteneció al presidente Álvaro Obregón. Cortesia La Ciudad de México en el Tiempo

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La calle de Orizaba y el templo de la Sagrada Familia, en la colonia Roma. Cortesía La Ciudad de México en el tiempo

Un siglo después, la Roma ha aprendido a reinventarse. Ha visto dos terremotos devastadores, nuevos edificios con diseños estrafalarios y miles de personas que van y vienen por Álvaro Obregón. Esa semilla multicultural que dejaron hace 100 años existe todavía en los cocteles que se preparan en los bares, en la arquitectura ecléctica de las calles y en los espacios culturales que tiene la colonia. De a poco, los jóvenes se han apropiado de la colonia y hay una gran cantidad de iniciativas locales.

Los veintes

La Romita

La Roma

La “Casa Negra” en Álvaro Obregón

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Avenida Monterrey – el eje vial más peatonal de la ciudad

Chapultepec

Tras 10 años de guerra, los capitalinos de los años veintes necesitaban paz y para conseguirla se perdían entre los arbustos endémicos (particularmente ahuehuetes) del parque más grande e importante de la Ciudad de México. Lo más ricos iban a un club privado que estaba en la zona a buscar pareja; las mujeres ricas habían dejado atrás el corsette de inicios del siglo XX, para usar vestidos cortos y holgados. En tanto la gente de clase media y baja se congregaba cerca del lago, había quienes pescaban ahí por 25 centavos. En esos años, el presidente en turno habitaba el Castillo de Chapultepec.

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Un grupo de paseantes reman en el Lago de Chapultepec alrededor de 1920. Cortesía La Ciudad de México en el tiempo

Ahora las aguas del lago son turbias, pero Chapultepec es todavía el pulmón verde de la ciudad. En estos días también se ven parejas tiradas en el pasto y a familias en días de campo frente al agua. El parque es uno de los más extensos de América y recientemente se anunció una nueva restauración que incluye nuevos espacios  públicos entre los árboles. A final del 2018 se sumó a sus recintos culturales la antigua residencia presidencial de los Pinos, para muchos capitalinos este fue un momento histórico.

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Mixcoac

En los años veinte este barrio histórico, ubicado al noreste de la ciudad, estaba retacado de casas de campo que habían construido los aristócratas durante el Porfiriato. Su lejanía del centro le permitió ser un sitio de descanso al que la gente acudía para alejarse de las multitudes que se congregaban en otros puntos de la urbe. Ahí estaba la fastuosa quinta de los Limatour, un vivero con 60 mil plantas, una fábrica de ladrillos y el trágico centro psiquiátrico de La Castañeda.

La Castañeda

Ceremonia de inauguración de La Castañeda

 

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Calles de Mixcoac en una toma aérea de los años veintes. Cortesía La Ciudad de México en el tiempo.

Un siglo después, la necesidad de ladrillos de la fábrica dio lugar al Parque Hundido. La residencia aristócrata se convirtió en un colegio y afortunadamente demolieron La Castañeda. Las casas de descanso todavía se esconden entre las arterias como un recuerdo de lo que fue cuando sólo era un pueblo, en una de ellas creció Octavio Paz.

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Fotografía: Google Map