La Ciudad de México está llena de plantas encarceladas. Sus hojas hacen amago de un triste escape detrás de los barrotes de las ventanas; los tallos estiran sus estructuras suaves para lograr salir a las banquetas. Hasta el más mínimo hueco podría tener a una planta confinada intentándose asomar. Para verlas, no hay más que caminar por cualquier calle –las plantas encarceladas te encuentran.
Pero antes de lanzarse a la liberación de todas las hojas en balcones, convocar marchas e incitar al desorden, cabrían un par de aclaraciones. No todas las plantas encerradas están realmente en prisión.
Algunas “plantas de balcón” –especímenes paliduchos y socorridos por los despachos de arquitectos (esos que entregan los departamentos con plantas incluidas)– parecen vivir bastante bien su encierro. Apenas si crecen (tal vez sean tímidas) y a pesar de su evidente confinamiento no hay nada en su estructura que denote hastío. Las verdaderas cárceles de plantas dejan bien claro su carácter presidiario.
Las plantas aprisionadas desbordan, estiran, empujan. Usan la fuerza milenaria de sus ramas y raíces para apoderarse de cualquier espacio. No hay barrote que las pare ni balcón que las contenga.Yo las encuentro todo el tiempo, no hace falta mucho esfuerzo. Cada que las veo les hablo (discretamente para evitar miradas); las felicito con un par de palmadas y les tomo una foto. Pienso que son como nosotros: seres atrapados que no desperdician la oportunidad de asomarse a una ventana.
Cuando uno encuentra plantas encarceladas está bien reconocerles el esfuerzo. En esta ciudad tremenda, no es poca cosa la determinación perpetua de llegar a donde pegue un poco más el sol.
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*Mención especial a dos plantas artificiales que también se encuentran presas:
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