Para muchos Pancho Villa fue un héroe, para otros un ladrón tan hábil que logró colocarse en los libros de historia. Es innegable que su figura carga con muchos estigmas. En los sesenta, por ejemplo, cuando los ánimos revolucionarios resurgieron y muchos héroes de esta lucha tenían calles y escuelas con sus nombres, el Gobierno de la Ciudad de México apenas había dado permiso para que una avenida llevara el nombre de la División del Norte.
Entre los detractores más famosos de Villa estaban José Vasconcelos, Diego Rivera y Daniel Cosío Villegas. En 1960, medio siglo después de su muerte, el presidente Adolfo López Mateos encabezó la primera ceremonia cívica en honor al Centauro del Norte, y parecía que su figura por fin se había reivindicado. En 1966 la colocación de su nombre con letras doradas en la Cámara de Diputados hizo que medio mundoo abucheara ─todavía más─ a Díaz Ordaz. Tres años más tarde, el gobierno movió la única estatua de Villa en la ciudad de la esquina de Cuauhtémoc y Universidad a un lugar “más cómodo” en el Parque de los Venados.
Aún con toda la mala reputación, había quienes juraron ser leales a su general más allá de la muerte. Lo que no sabían es que la oportunidad de reafirmar su voto llegaría demasiado pronto. El 17 de noviembre de 1976, el entonces presidente de la República ordenó exhumar los restos de Villa para llevarlos del panteón de Hidalgo del Parral, Chihuahua, al Monumento a la Revolución.
La última cabalgata de Villa
El 18 de noviembre comenzaron los trabajos de exhumación. Durante el proceso estuvieron presentes las últimas tres viudas de Francisco Villa. La labor fue complicada, porque encima del féretro había una gruesa placa de concreto que protegía los huesos del general. Por supuesto, ésta protección tenía una razón de ser. En febrero 1926, un grupo de soldados comandados por el coronel Francisco Durazo Ruiz abrieron la tumba de Villa para robar su cabeza y cobrar una recompensa de 50 mil dólares que el gobierno norteamericano ofrecía por ella. Otra versión apunta a que fue Álvaro Obregón quien mandó decapitar el cadáver de Villa en venganza por el brazo que perdió “a causa de Villa”. Sea cual sea la historia, lo único cierto es que nadie sabe dónde está su cabeza.
Aún sin cráneo, los restos de Doroteo Arango viajaron en una urna hacia su última parada en el Monumento a la Revolución. El recorrido fue una ceremonia en sí misma. En cada ciudad por la que pasaban la gente aglutinaba las calles gritando “¡Viva Villa!” y al centro de la multitud, una camioneta que transportaba al general decapitado encabezaba un regimiento de caballería y un contingente militar donde todos los miembros iban disfrazados de dorados.
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La última vez que Villa había entrado con tanta fiesta a la ciudad fue en 1914, cuando él y Emiliano Zapata hicieron su marcha triunfal desde Chapultepec hasta el Palacio Nacional. En esa ocasión también recibieron aplausos por parte de la población, e incluso Villa aprovechó para rebautizar la calle de Madero, que hasta ese momento se llamaba Paseo de Plateros. Después de develar la primera placa con la nueva nomenclatura, Villa juró matar a quien se atreviera cambiarle el nombre.
Las muchas tumbas del general Pancho Villa
El 20 de noviembre de 1976, a los pies del Monumento a la Revolución, el presidente Luis Echeverría encabezaba el último acto oficial de su gobierno. El entonces Secretario de Educación, Víctor Bravo Ahuja, pronunció un discurso para recibir al Centauro en el panteón revolucionario. Depositaron los restos en la misma columna donde descansan los de Francisco I. Madero desde 1960.
Por supuesto, las historias alrededor de Villa no dejaron de aparecer, de hecho se multiplicaron. Después de la exhumación hubo quienes dijeron que los restos que hoy descansan en el Monumento a la Revolución no son de Doroteo Arango, sino de una mujer desconocida que Doña Austreberta Rentaría, viuda de Villa, mandó enterrar en la fosa marcada con el número 632 para que nadie volviera a profanar los restos del general.
Según este relato, el verdadero cuerpo está sepultado a 120 metros de la tumba original en un espacio marcado con el número 10 que Austreberta Rentaría compró a perpetuidad por la cantidad de 12 pesos. De hecho, hay un acta que registra la compra, pero aunque los mismos historiadores locales dan crédito de esta historia, todo parece indicar que los funcionarios responsables de la exhumación decidieron ignorar ese detalle.
Sobre el paradero de su cabeza no sabemos mucho. Las versiones más aceptadas dicen que está sepultada dentro de una caja de balas, muy cerca de lo que fue la puerta del rancho El Cairo, en Salaíces, Chihuahua, y que perteneció a coronel Francisco Durazo Ruiz. Muchos han tratado de encontrar la cabeza, pero como ya nadie sabe exactamente dónde estaba la puerta, la dieron por perdida. De lo que estamos seguros es que con el traslado se cumplió una de las leyendas villistas más populares: el general siempre terminaba en un lugar diferente del que originalmente había escogido para dormir.
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