En México, la vivienda no es un derecho, es una mercancía. Así se observa en Palo Alto, una cooperativa de vivienda asentada en 4.6 hectáreas de lo que algún día fue una mina de arena en Santa Fe. La única cooperativa en la Ciudad de México.
Las cooperativas se basan en los principios de ayuda mutua, autogestión y democracia directa. Son organizaciones autónomas de asociación voluntaria. Una cooperativa de vivienda es una organización en la que un grupo de personas se junta para tener una vivienda digna y accesible mediante esquemas de autoproducción.
Encapsulado entre los edificios Arcos Bosques de treinta y tres niveles de altura y Aguaa, un codicioso desarrollo inmobiliario en construcción de cuatro torres de cuarenta y cinco niveles, Palo Alto resiste.
La historia de Palo Alto es una historia de lucha y resistencia; de comunidad, cooperativismo y ayuda mutua. Es también una historia de intimidación constante, de amenazas de desalojo y violencia inmobiliaria. Los asociados de la cooperativa migraron en 1935 de Michoacán para trabajar en las minas.
Palo Alto: Cooperativa en lucha
En 1959, conocieron aun aliado fundamental: el profesor Rodolfo Escamilla. Comprometido con la teología de la liberación, -la cual busca el compromiso contra la pobreza en pro de la liberación integral de todo hombre- emprendió junto con los mineros, una lucha para mejorar sus condiciones de vida y organizarse. En 1969, la mina cerró oficialmente y el propietario, después de décadas de explotación laboral y cobro de renta, intentó desalojar a los mineros. Su idea era vender los terrenos como parte de Bosques de las Lomas, pero los mineros estaban organizados y lucharon por sus tierras.
En mayo de 1972, nace la cooperativa con 247 socios. En marzo de 1974, obtienen las escrituras del terreno. Un año después, finalmente liquidan el predio.
La zona se ha gentrificado de manera importante y por su ubicación, Palo Alto representa un gran atractivo para los especuladores inmobiliarios. Es el último pedazo de tierra, que no pueden, ni podrán tener. La cooperativa de Palo Alto ha logrado mantenerse al ser la tierra propiedad comunal. Esto quiere decir que no existen escrituras a nombre de un particular y, para que pueda venderse, todos los propietarios en asamblea deben de estar de acuerdo.
Comunidad y resistencia
Hace décadas, un grupo de disidentes de la cooperativa y desarrolladores inmobiliarios iniciaron un juicio de liquidación para vender sus predios. Así, el pasado mes de junio, Palo Alto volvió a ser víctima de la presión inmobiliaria.
El juez Quinto de Distrito en Materia Civil ordenó incautar dos predios comunales de la cooperativa, la tortillería y el centro de distribución Liconsa, así como inspeccionar todas las viviendas para llevar a cabo un proceso de liquidación del predio.
Hubo amenazas de hacer la diligencia con elementos de la Guardia Nacional, porque nada es tan intimidante como militares armados en la puerta de tu casa. Gracias a la presión mediática por parte de la cooperativa, la diligencia programada para el pasado 29 de junio fue cancelada, pero la lucha sigue y la
batalla no está ganada.
La amenaza y el miedo son estrategias habituales de los cárteles inmobiliarios. Si bien la situación de Palo Alto es complicada, también es esperanzadora, es prueba de que existen esquemas alternos a la propiedad privada, que el cooperativismo puede crear una comunidad con vivienda digna y autogestiva y que la lucha sigue, más vigente que nunca.
Palo Alto no se vende, se ama y se defiende.
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