José Emilio Pacheco decía que Chapultepec fue un don del agua y que la urbanización lo había despojado de ella. Aunque nos sentimos afortunados de tener un bosque en medio de la ciudad, es necesario decir que el Bosque de Chapultepec tuvo tiempos mucho mejores. Era un verdadero paraíso de agua, lugar sagrado, hogar de la realeza y quizá nuestro eje vial más bonito.
El bosque sagrado de Chapultepec
Cuando los toltecas llegaron al Bosque de Chapultepec, casi 500 años antes del imperio de Moctezuma, creyeron que habían encontrado la entrada al Cincalco, el paraíso prehispánico. Cerca de 1244, los toltecas recibieron a las tribus chichimecas del norte del país. Dicen que gracias a este contacto los nómadas adoptaron la agricultura y se establecieron alrededor del Valle de México, aunque el bosque mismo tuvo algo que ver.
En 1267 los mexicas construyeron su primer asentamiento en el Bosque de Chapultepec, pero los señores de los reinos de Azcaptzalco, Coatlinchan y Culhuacan terminaron por expulsarlos. Tras la fundación de Tenochtitlan, los mexicas tomaron el control de la zona, pero decidieron conservar su carácter como lugar sagrado que Nezahualcóyotl mandó a embellecer todavía más.
El emperador mandó construir jardines dentro del bosque. Ordenó que plantaran los ahuehuetes que todavía podemos ver, y con estas mejoras la magia del Bosque de Chapultepec estaba completa. Hay que imaginar cómo sería entrar a un bosque frondoso lleno de jardines y de pronto encontrarse con adoratorios, fuentes, lagos, lagunas y acueductos.
Además de resguardar la puerta hacia el paraíso terrenal, ahí había muchos manantiales y ojos de agua que Moctezuma aprovechó para regar los prados de su zoológico personal. Desde luego, estos cuerpos de agua también abastecieron de agua a la capital azteca mediante imponentes obras hidráulicas. El agua de Chuapultepec era tan importante para el imperio mexica que Cuauhtémoc la defendió hasta la muerte de Hernán Cortés. Las crónicas de la conquista dicen que cuando los españoles se apoderaron del bosque, los aztecas supieron que estaban perdidos.
El Castillo de Chapultepec
El primer registro de una construcción española en el Bosque de Chapultepec es el de una casa de verano destinada a los virreyes, la cual se convertiría en una fábrica de pólvora que estalló en el siglo XVIII.
La construcción del Castillo de Chapultepec comenzó en 1772 por órdenes del Virrey Bernardo de Gálvez. Para la corona española, una edificación como ésta significaba una amenaza. Al estar en el punto más alto de la ciudad y con una vista panorámica de la misma, era muy posible que Gálvez organizara una rebelión desde allí tomando total ventaja sobre el ejército real.
Para evitar el conflicto, los reyes ordenaron la destrucción inmediata del castillo. Pasaron unas cuantas décadas para que en 1842 la construcción se convirtiera en el Colegio Militar que, 5 años después, sería el escenario de la batalla de Chapultepec donde perecieron el Batallón de San Blas y el grupo de cadetes que pasarían a la historia con el mote de “niños héroes”.
En 1864 los emperadores Carlota y Maximiliano quedaron encantados con el bosque de Chapultepec y su vegetación casi selvática. Cuando subieron hasta el castillo, Maximiliano dijo que ese era “el panorama más hermoso del mundo”. Desde ahí vieron los lagos, los volcanes y la ciudad en su totalidad, por que en ese momento el valle sí era la región más transparente. Para adaptar el castillo a las exigencias de sus majestades, contrataron a los mejores arquitectos que se encargaron de darle al palacio una vista mucho más imperial. Por cierto, el Colegio Militar permaneció en Chapultepec hasta 1913 en un edificio contiguo al castillo. Aún así la estancia de los emperadores fue corta si la comparamos con la de Porfirio Díaz quien aprovechó su tiempo de residencia para hacer algunas mejoras como un elevador que pasaba por una gruta.
La modernización del Bosque de Chapultepec
Durante el Porfiriato, el bosque sagrado de los aztecas se convirtió en el proyecto personal de José Yves Limantour, consejero de Díaz. Fue él quien decidió convertir el bosque en un enorme jardín afrancesado que convertiría a la Ciudad de México en “el París de las Américas”.
Con ayuda de prestigiosos escenógrafos franceses, Limantour trazó veredas empedradas y mandó construir otros lagos. A su equipo le debemos la Casa del Lago que originalmente fue construida para que Porfirio Díaz pasara allí sus veranos, después fue el Automóvil Club y en tiempos de Adolfo de la Huerta funcionó como casa presidencial.
A partir de esto, ese lugar de ahuehuetes y manantiales milenarios se comenzó a llenar de concreto. Con cada presidente, el bosque sufría al menos un cambio que cambiaba su paisaje. Durante el gobierno de Venustiano Carranza demolieron el Colegio Militar y construyeron pérgolas y escalinatas. Lázaro Cárdenas convirtió al castillo en Museo Nacional de Historia y mudó la residencia presidencial a los Pinos, lo que convirtió a Chapultepec en un parque popular al servicio del pueblo.
Probablemente el cambio más drástico ─que es el que más lamenta José Emilio Pacheco─ ocurrió en los cincuenta, cuando los automóviles se apoderaron de la ciudad. Para abrir paso al Periférico y al Circuito Interior, el gobierno mandó a derribar miles de árboles, entre ellos algunos de los ahuehuetes de Nezahualcóyotl. Para el Bosque de Chapultepec este fue un golpe tan duro que no se comparaba ni siquiera con las balas de cañón que lo impactaron durante la batalla de 1847.
Aún con todo esto, todavía podemos sentirnos orgullosos de tener un espacio como Chapultepec. Entre sus aciertos está el extraordinario Museo de Antropología e Historia que todavía conserva un poco del carácter acuático del Bosque. Gracias a sus fuentes y al espejo de agua uno siente que todavía hay algo de sagrado en ese lugar.
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