Las estaciones del Metro son en sí mismas una página de la historia capitalina. Algunas, como Pino Suárez o Talismán, tienen en sus símbolos la historia inmediata de lo que hay u ocurrió allí hace muchos años. En otros casos, como el de Ermita, por ejemplo, el significado exige más curiosidad para rascar en las entrañas de la memoria colectiva y encontrar ese templo pequeñito que simboliza a la estación.

Cómo nació Colonia Ermita

La estación está muy cerca del cruce de las calzadas de Tlalpan y Ermita Iztapalapa, dos caminos que ya existían desde tiempos prehispánicos. Entre 1428 y 1440 Izcóatl, tlatoani mexica y tío de Moctezuma Ilhuicamina, mandó construir estas calzadas para comunicar a los poblados del sur con Tenochtitlán, especialmente Iztapallapan y Huitzilopochco (Churubusco), que eran asentamientos importantes para la estabilidad del imperio. 

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Para la construcción, el emperador utilizó mano de obra de tepanecas y xochimilcas, quienes pusieron cimientos de más de 1.5 metros de alto para poder sostener las calzadas en el fondo del lago de Texcoco. 

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Cruce de la Calzada Ermita Iztapalapa y Calzada Zaragoza. También se aprecia el lugar donde hoy está el metro Santa Marta.

Al entender la importancia de estos caminos y los pueblos aledaños, Cortés hizo todo lo posible por apoderarse de la zona. De hecho, su primer asentamiento lo construyó muy cerca de allí, en el barrio de Ecatempan, hoy Coyoacán. Ya durante la colonia y bajo el título de marqués del Valle de Oaxaca, Hernán Cortés toma control de Tlalpan, incluyendo la calzada del mismo nombre. Eso explica la cantidad de templos que hay por allí e incluso el origen de la estación Villa de Cortés. 

¿Y la Ermita?

Existen varias versiones sobre la ermita que le dio nombre a la colonia y posteriormente a la estación. La “oficial”, que es la que incluso aparece en la página del Metro, dice que la edificación que aparece representada en el símbolo de la estación era parte de un grupo de pequeñas edificaciones repartidas por toda la ciudad.

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Calzada de Tlalpan.

Era, según las crónicas, la única ermita semiabandonada en todo el Valle de México, esto se debía a su peculiar ubicación rodeada por agua. De hecho, no había personal asignado para su cuidado; más bien, grupos indígenas provenientes de los pueblos de San Andrés Tetepilco, San Juanico Mextipan y Culhuacán llegaban en canoas cada semana para cuidar la iglesia durante ocho días. A estas personas se les conocía como ermitaños.

También está aquella versión que dice que cuando la orden de los antoninos llegó a la Nueva España en el siglo XVII se les otorgó un espacio cerca de la calzada de Tlalpan. Allí fundaron el Hospital de San Antonio Abad y se presume que también una pequeña ermita, que, como los religiosos vivían de la caridad, cayó en deterioro rápidamente. 

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Ruinas de la antigua Ermita de San Antonio, Tlalpan, ca. 1910.

 En lo que ambas versiones convergen es que a principios del siglo XX, ya con el templo casi en ruinas, el presbítero don Bonifacio Molina escribió un comunicado en el que decía que la ermita carecía de imágenes y de instalaciones adecuadas para el culto, pero que al ser un lugar sacro no podía ser demolida y allí permaneció, en ruinas, hasta los años 40, cuando fue demolida para ampliar la calzada. Sin embargo, cuando el gobierno de la ciudad decidió ampliar la calzada de Tlalpan, la ermita, de la que ya sólo quedaba la fachada, fue demolida y de ella sólo quedó el nombre que bautizó a toda una colonia. 

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