Ahorita los rótulos, las lonas y todos esos carteles fijados con engrudo dicen más que nunca sobre la situación medianera que vivimos en la Ciudad de México. Hay carteles sobre carteles de eventos que nunca pasaron, que se pospusieron varias veces o que, sin más, se ciñen a dar un mensaje de tranquilidad. 

Los carteles y la memoria 

Podríamos decir que la de los carteles es una guerrilla accidental, pero una guerrilla sin duda. Apenas unas semanas después de pegarlos, los anuncios comienzan a cambiar de color, se vuelven azules, borrosos y se convierten en recuerdos. Son breves. Como siempre pasa, esos posters pierden vigencia y pasan a ser parte del gran collage urbano. 

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Aquella naturaleza que responde a la inmediatez a veces los vuelve crueles. Se van empalmando sobre los carteles de otros conciertos o, como ocurrió en el tapiado que rodeaba al edificio en Álvaro Obregón 286, cubren los memoriales de recuerdos aún más profundos. En estos tiempos electorales los “Quédate en casa” del Gobierno fueron cubiertos con propaganda política y es posible que, en unos meses, un rotulista cubra esa barda con cal y pinte un nuevo promocional. 

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Ya está de más decir que la mayoría de esos eventos se suspendieron o se siguen aferrando a la posibilidad de ocurrir este año y que la mayoría de sus boletos se convirtieron en unos cuantos reembolsos que nos ayudaron a sobrellevar los primeros días del confinamiento. En ese momento muchos nos dimos cuenta de todo el dinero que gastamos en conciertos y festivales. Pero ese no es el tema, porque ahora, más que nunca, recurriremos a la trilladísima frase “éramos felices y no lo sabíamos”.

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Los otros conciertos que no fueron

Más allá de los eventos masivos, en las calles también encontramos otro tipo de carteles. Ocultos, quizá, por la falta de color y la sencillez del diseño. Hay que hablar de los tríos, mariachis, marimbas e imitadores que también se quedaron buscando una oportunidad de tocar en un cumpleaños, una boda o una alegre reunión en la sala de estar de cualquier familia. 

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Algunos de ellos cambiaron de formato y con su instrumento a cuestas se pusieron a recorrer las calles para llevar su música a toda la ciudad. Mientras tanto, sus anuncios siguen pegados en puentes y casetas telefónicas esperando a que todo esto mejore o que alguna persona, llevada por un egoísta pero urgente deseo de fiesta, los contrate para alguna reunión clandestina. Después de todo, el show debe continuar. 

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