A mediados de 1924, un muy joven Salvador Novo publicó “Plano de la Ciudad de México” en el semanario ilustrado de El Universal. Se trataba, en sus propias palabras, de una ruta “para alivio de caminantes y uso de viajeros con cita especial de lugares muy deleitosos de conocer y visitar”. O sea, toda la onda de Local.MX. Como Novo es uno de nuestros cronistas (y personas) favoritas de la Ciudad de México, decidimos seguir este mismo itinerario. Nuestro objetivo: observar los cambios que ha visto la ciudad desde entonces.

Estación San Lázaro

Este paseo empieza en un andén de la antigua estación de ferrocarriles de San Lázaro, hoy inexistente. En su lugar, hoy puede apreciarse la estación de metro que proyectó el arquitecto Félix Candela y la TAPO. Novo comenzaba su itinerario interpelando así a su lector e hipotético paseante:

He venido a esperarte, ¡oh, viajero invisible!, a la estación. Perdona que no te hable en fabla, como los libros que te decidieron a visitarnos. No sabía además, si ir a Colonia o a Buenavista, o venir a San Lázaro. Hiciste bien en escoger este muelle y en llegar de día. Desciende, sonríe, abrázame.

En San Lázaro, Novo toma una carretela que lo conduce por la calle de Moneda hasta el Museo Nacional, hoy Museo Nacional de las Culturas. Lo que Novo vio no dista mucho de lo que hoy se aprecia. “Por toda la calle hay edificios con un pasado”, comenta, “iglesias medio hundidas, casas laberínticas y la Academia de San Carlos, con un guardián de bronce donado a México por Donatello”. Novo invita al lector a ingresar al museo, donde encuentra un calendario azteca. (Cuando el equipo de Local acudió al museo para preguntar sobre el paradero de este artefacto, nadie nos supo dar información).

La ex Calle del Reloj

El viajero continúa por Moneda y gira a la derecha en la antigua Calle del Reloj, hoy República de Argentina. Novo retrata un paisaje muy distinto al que observamos actualmente. Y es que en ese entonces aún no se construía el Museo del Templo Mayor. De hecho, ni siquiera habían iniciado las excavaciones de exploración.  “Fue en este lugar donde el águila se presentó con la serpiente entre manos”, imagina Novo. “¡Maravillosa ciudad!”, declara exaltado ante la rica escena cultural del Centro Histórico: “Por un mismo rumbo la primera imprenta, el primer teocali, la editorial de Vanegas Arroyo, la Casa Cvltvra, la Librería Universal de Porrúa y la de don Pedro Robredo, asilo de eruditos, botiquín de estudiantes”.

A Novo le parecía una obviedad visitar la Catedral a nivel de calle: “Ya sabes demasiado su origen y conoces su historia para que yo te la repita”. Por esto, invita a sus lectores a subir a la parte alta: “Hay abajo una puerta casi invisible y luego el rehilete de una fatigosa escalera. De cuando en cuando, por un hueco, vemos la maqueta del Zócalo, las cinco líneas de trenes, la gente. Mira el Popocatépetl, mira Chapultepec… ¡Si echáramos al vuelo estas campanas! Bajemos a ser las hormigas que desde arriba son ridículas”.

Una vez abajo, Novo visita dos de los restaurantes más modernos de aquella época. El Globo, cuya primera sucursal estaba en Bolívar y Madero, ya no existe. En cambio, el Sanborn’s de los Azulejos, que Novo y sus amigos visitaban a menudo, sigue ahí. Novo aprovecha la visita para burlarse de sus colegas: “He aquí el centro. Cerca, los teatros, enfrente el cine, en la puerta gentes. Además, es sábado y se reúnen a comer los literatos que escriben poco, pero que ponen su genio en la vida de los demás”.

Dos alamedas

Luego de comer, Salvador Novo se dirige a la Alameda Central, aunque no es muy amable en su descripción: “Menudean los asaltos. Lo dicen los periódicos, y que en pleno día. Más miedo da en la noche y a obscuras”. Hay que recordar que la Alameda conservó esta fama hasta su remodelación en 2012.

Desde la Alameda Central, Salvador Novo toma uno de los tranvías que parten del Zócalo hacia el Bosque de Chapultepec. Aunque no lo creas, Chapultepec era considerado entonces parte de la periferia. Hoy los límites se han expandido. Novo y su hipotético acompañante pasan por la Santa María la Ribera y la Roma. ¿Qué tan distintas eran estas colonias comparadas con nuestros días? Las vibras parecen ser las mismas: “Todas las muchachas abren las sombrillas y van a la Alameda de Santa María o al Parque Orizaba. ¡Ah, la vida es buena y parece que no se ha muerto aún López Velarde!”. Por cierto, el Parque Orizaba es lo que hoy conocemos como Plaza Río de Janeiro, ubicada en Orizaba y Durango.

La antigua periferia

Finalmente, Novo y su paseante llegan al Bosque de Chapultepec. El cronista retrata una escena típica de aquel tiempo: “Dos enamorados repiten el diálogo eterno, tomando cada cual un personaje. Ella le proporciona la universal afirmativa. Él le unta una mirada particular también afirmativa y resulta un sorites eglógico. Luego toman una lancha por horas y ella raya el agua y se pone el sombrero de él. Les sacan una instantánea en un instante”.

Si esta última postal, escrita hace 100 años, te resulta familiar, es tal vez porque hay cosas que nunca cambian. Cambian los nombres de las calles y los edificios —algunos nacen, otros caen—; también cambian las alamedas y la gente que las visita; gobiernos y partidos van y vienen. Pero el espíritu de la ciudad se mantiene. La invitación de Salvador Novo consiste en eso: salir, explorar y cronicar la ciudad para conocer su espíritu.


Todas las citas fueron tomadas del libro Los contemporáneos en el Universal (Fondo de Cultura Económica, 2016).

Este artículo fue publicado originalmente en abril de 2019 y actualizado en julio de 2024.