Al igual que el Templo Mayor, la pirámide del metro Pino Suárez o la calle de Tacuba, Tepito y su tianguis siempre han estado ahí. Sus habitantes son un ejemplo claro de comunidad y resistencia, porque a pesar de que muchos ven al barrio como un mundo aparte, sus vecinos lograron darle la dignidad que merece. De hecho, fueron ellos mismos quienes lograron, al menos en México, darle un nuevo significado a la palabra “barrio”.
Así nació el Barrio Bravo
Los historiadores Antonio Caso y R. H. Barlow se encargaron de hacer un trazado de los antiguos barrios gobernados por el señorío de Tlatelolco y se dieron cuenta de que el espacio entre el Templo Mayor y la zona comercial de Tlatelolco había un caserío conocido como Mecamalinco. Ahí se ponía un modesto tianguis cuyos puestos tenían fama de ofrecer mercancías robadas, sobre todo ropa, herramientas y comida. Aunque puede que esos rumores hayan sido esparcidos por quienes tenían sus negocios en el enorme tianguis de Tlatelolco, todo para hacerle mala fama a sus vecinos.
Aún cuando su fama le precedía, Mecamalinco fue de los últimos barrios mexicas en someterse a los españoles. De hecho, fue allí donde el capitán Garci Holguín capturó a Cuauhtémoc, el último emperador de los mexicas y donde posteriormente se levantaría la parroquia de la Concepción de Tequipeuhcan “el lugar donde empezó la exclavitud”. Podemos decir que ahí comenzó la historia negra del barrio, pues las crónicas españolas hicieron creer que fueron los habitantes de Mecamalinco quienes entregaron al Tlatoani.
Durante la Colonia, el centro de la ciudad estaba reservado para los españoles. Los indígenas tuvieron que desplazarse a las periferias. A Mecamalinco, que ya de por sí era un barrio marginado, fueron a parar todo tipo de personas había artesanos y agricultores, pero también ladrones y personas que vivían fuera de la ley. Aún así, todos juntos comenzaron a levantar casas y se ocuparon de dotar a la zona de los servicios básicos.
¿Qué significa Tepito?
En Tepito hay otra parroquia que debemos mencionar para explicar cómo nació el nombre del barrio. Según el filólogo Cecilio Agustín Robledo, la iglesia de San Francisco de Asís está construida sobre el adoratorio principal del barrio de Mecamalinco, a la que los lugareños llamaban Teocaltepiton que significa “templo pequeño”. En la nomenclatura novohispana el barrio se llamó San Francisco Teocaltepiton, que poco a poco mutó hasta ser sólo Tepito.
Armando Ramírez, nuestro querido cronista de Tepito, decía que el nombre había nacido de la expresión “te pito” que utilizaban los desafortunados policías que tenían que hacer guardia nocturna entre las vecindades de la zona. Según Ramírez, antes de entrar al barrio, los policías se ponían de acuerdo para comunicarse si había problemas. Decían “si hay problemas te pito” y así poco a poco se le quedó el nombre del “Te pito”. Aunque esta es más una leyenda urbana que un dato histórico, nos gusta mucho contarla.
El tianguis de Tepito
En 1901 el Ayuntamiento de la Ciudad de México, a cargo de Miguel Ángel de Quevedo, decidió reubicar el tianguis de El Volador que estaba en el costado sur del Palacio Nacional (del que todavía hay remanentes) hacia las calles del Barrio Bravo y así fue como su tianguis se volvió uno de los más grandes de la ciudad.
Con la Guerra Cristera de 1926, muchas familias del Bajío llegaron como refugiados a las vecindades de Tepito. La mayoría de ellos eran zapateros, por eso el barrio aún conserva la fama de ser el centro del calzado barato y bien hecho en la ciudad.
A partir de los años cuarenta, las mercancías en el tianguis comenzaron a diversificarse. Ya no sólo habían zapatos y comida, sino también ropa y otros productos, la mayoría de ellos entraron al país contrabando. Por eso muchos gobiernos consideran que el barrio es un mundo aparte, fuera de la ley e incluso fuera de su jurisdicción. Pero aún cuando Tepito sigue cargando con la etiqueta de lo marginal, sus vecinos lo quieren y cuidan mucho.
Sus habitantes dicen que Tepito existe porque resiste, y tienen razón, pues todos ellos han sabido cubrir sus necesidades aún cuando toda la ciudad parece darles las espalda o simplemente los mira de reojo, se trata de un sentimiento de dignidad y resistencia que se percibe desde que uno se para en su estación de metro. Que viva Tepito.
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