En el sur de la ciudad hay varios respiros de árboles altísimos y silencios profundos (también algunas calles con nombres peculiares). Además del Bosque de Tlalpan y sus buganvilias magenta, está el Parque Nacional Fuentes Brotantes, muy cerca de allí. Aunque hay menos árboles (y es más pequeño), Fuentes Brotantes tiene algo que hace que en cualquier ciudad asfaltada se sienta un poco más el verano: agua.
Los manantiales del Parque Nacional Fuentes Brotantes son nacimientos que salen de las faldas de la sierra del Ajusco. Al fondo de la barranca de la sierra está el lugar que alimenta el lago del Parque, casa de patos, cisnes, peces y tortugas. Además del espejo de agua verdosa (de tanto reflejar las copas de los árboles) hay senderos naturales, juegos infantiles, un restaurante rico y barato y algunos otros puestos de comida.
Fuentes Brotantes fue muchos años una propiedad privada. En 1936, Lázaro Cárdenas lo convirtió en Parque Nacional para resguardar el bosque. Al principio, el terreno comprendía unas 129 hectáreas de puro verde, pero con el crecimiento de la mancha urbana, el parque quedó reducido a 8 hectáreas de cedros, eucaliptos, pinos y encinos, aunque la vegetación predominante es el matorral xerófilo de arbustos chaparros, tan propio del sur de la ciudad.
Todos los animales que pasean por Fuentes Brontantes (a la luz del día o bien entrada la noche) son especies introducidas y donaciones de organismos como la SEMARNAT. Hay lagartijas, víboras, pájaros carpinteros, colibríes, tordos y gorriones. También, con suerte, uno puede ver cacomixtles, ratones, tlacuaches y conejos.
Para los días de tedio, hay que visitar Fuentes Brotantes. Los manantiales descansan los ojos; ver agua tiene la habilidad de calmar la vista. En Fuentes Brotantes uno puede pasarse el día tranquilamente, viendo pasear a los patos y a los cisnes; leer algún libro acostado en el verde y respirar profundo.
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