En el Museo de las Culturas hay salas permanentes llenas de kimonos, máscaras, cubiertos, y armaduras coreanas, griegas, persas, egipcias. Por ahora, en una sala del mismo edificio, en la calle de Moneda, hay temporalmente un montón de esqueletos y fósiles, bichos disecados, hojas disecadas y tratados de geología antiquísimos, perfectamente acomodados y clasificados. Es la exposición 150 años de Historia Natural, que conmemora tres lustros de que la Sociedad Mexicana de Historia Natural se fundó y que gran parte de esta labor se hizo en este mismo edificio. Nada puede salir mal en una exposición de la historia natural.
En 1886, diez naturalistas dedicados y curiosos se juntaron y lo primero que hicieron (con impulso taxonómico) fue dividir su quehacer en 5 secciones; zoología, botánica, minerología, geología y paleontología; ciencias auxiliares, y agricultura. De ahí en adelante, ellos y los miembros que después llegaron se reúnen para discurrir en torno a estos temas y armar una Historia Natural Mexicana sólida, que antes no había en México. 150 años de Historia Natural es un recorrido por esta hermosa labor en una especie de gabinete de curiosidades.
A la sala lo recibe a uno el esqueleto de una orca del mar de Baja California, grande, suspendida en el techo. En una misma vitrina están acomodados, por ejemplo, el esqueleto de un tigre dientes de sable, ya extinto, un frasco con un cocodrilo de río o un camaleón llora sangre en formol, un microscopio de bronce y un estuche con 12 caracoles diminutos. Allí uno conoce todas las especies de colibríes mexicanos, las herramientas de un naturalista o las insólitas aficiones de un entomólogo, como vestir pulgas.
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Vayan.
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