La pastelería Susy e hijos está en un garaje que poco abarca y mucho aprieta. Allí mismo dispensa pan hecho en casa, cuadros con ilustraciones de Gukú, Bartman (Batman + Bart Simpson) y el Hombre Araña, y en su vitrina exhibe una colección de juguetes del dueño.

Habríamos pasado incontables veces por Susy e hijos, siempre corriendo y nunca prestando atención, hasta que una mañana no pudimos resistirnos al olor delicioso que salía de adentro y entramos.  Las ondas de recién horneado nos agarraron de la nariz como en las caricaturas, nos obligaron a retroceder y a preguntar qué era ese manjar olfativo que estaba saliendo del horno.

pastelería susy

El mostrador de vidrio se ve improvisado y a la antigua, atiborrado de charolas llenas de pasteles y panes dulces. Lo atiende Manolo en lo que gestiona la salida del horno allá atrás y comanda la próxima partida de rollitos de nuez y coco con su hijo.

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Estando frente al mostrador, a un lado la pared desborda coloridos personajes de Dragon Ball, Dragon Ball Z y alguno que otro de Marvel. ¿Se venden? Sí, esos sí, los hace su hijo. Del otro lado hay un trofeo de basketboll que ganó hace muchos años y una vitrina con cuatro pisos de figuras coleccionables. Bob esponjas, Star Wars, pokemones, más dragon boles de todas las temporadas y distintas personalidades Capitán América. ¿Se veden? No esos no. Nada más le gustan y le gusta que estén ahí.

pasteleria susy

Pero vamos a lo que entramos, el pan. Que cuál nos recomienda que no tenga chocolate, por favor. Manolo sugiere el panqué de elote que acaba de salir. La clienta anterior, que se quedó a la plática, se entromete en la conversación y nos ofrece un pedazo del que acaba de pagar. Esto es tan familiar que parece el cumpleaños de una prima. Cuesta decidirse porque también la rebanada de pastel de naranja promete un mundo de sensaciones y el panqué de queso y el de pasas y el de nuez.

Pedimos el de naranja y el de queso, todavía tibios y que se desintegran sin esfuerzo ni bien tocan la propia boca. Pagamos sus $30 pesos y en lo que caminamos pocas cuadras ya teníamos las manos vacías y trescientos gramos más de felicidad.

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