Roma: Sartoria

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Sartoria, que en italiano refiere al lugar donde se confeccionan cosas artesanalmente, tiene la filosofía de acercar a la gente a una gastronomía italiana basada en la materia prima, la temporada de los alimentos y el “hecho a mano”. Esta forma de acercarse a la comida de manera inmediata y vernácula surge en la Italia de postguerra, cuando debido a la pobreza cocinaban con las hierbas y vegetales que tenían a la mano. Es decir, surge de la creatividad que generan los recursos limitados.

El menú entero se ve delicioso, y lo está: pastas hechas a mano diario con productos mexicanos, mariscos y carnes de origen orgánico, una extensa carta de vinos italianos, postres pensados sabor por sabor, panes artesanales, quesos exquisitos y risottos.

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Condesa: Café Milou

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El café Milou está inspirado en un café parisino –que no es un “coffee shop”–, y está abierto desde el desayuno hasta la cena. El menú está compuesto de platos calientes (pocas opciones, todas exquisitas) y una carta selectiva de vinos.

Lo que lo distingue de otros restaurantes de la zona es, primero, la manera inteligente en que decoraron un espacio bastante reducido para que fuera funcional y realmente acogedor y, luego, su producción de menú: la mayoría de sus preparativos son hechos en casa, hornean el brioche y las madeleines para el desayuno; curan su salmón con sal, azúcar y hierbas y hacen sus propios embutidos y charcuterie. Lo que no se produce en Milou es seleccionado con cuidado, como el helado de Cometa, el pan de Expendio (de masa madre), las verduras de Yolcan el y queso de “su amigo Bonfilio” que los hace en ranchos en Puebla y Querétaro.

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Polanco: Guzina Oaxaca

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Guzina está entre platillos preparados a base de insectos y miltomates tan dulces que saben a ciruela. Muchos se jactan de “cocinar como lo hacen los locales” pero son pocos los que realmente pueden sustentarlo. Cuando uno va a Guzina prueba los platillos de la cocina sale el chef Alejandro Ruiz, el mismo de Casa Oaxaca, y la sensación de sentirse como en la casa del anfitrión en tierras oaxaqueñas es genuina.

 Ya sea en una de las zonas más lujosas de la capital o en su restaurante detrás del templo de Santo Domingo (Casa Oaxaca), la hospitalidad del chef Ruiz es la misma. Y pasa igual con los sabores de sus platillos, que maridados con un buen mezcal y envueltos en la tortilla perfecta, son muestra de la riqueza gastronómica de uno de los estados más pobres pero a la vez más ricos del país.

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Azcapotzalco: Nicos

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En el Nicos los platillos son tradicionales, familiares, casi ordinarios, pero cuando uno los prueba pareciera que los redescubre. Su menú es extenso y todo delicioso, pero para hablar de Nicos es preciso especificar. De hecho, 3 de sus platillos dejan claro cómo funcionan las cosas en este restaurante: el guacamole, la sopa de natas y los sopes que sirven en el desayuno. De cierta forma –aunque suene a lugar común– la comida habla por sí sola.

Gerardo Vázquez Lugo ahora lleva el restaurante que fundaron sus papás y desde que tiene uso de memoria escuchó en la mesa de su casa lo que luego descubrió como los principios del slow food, el movimiento conoció en Piamonte, Italia, y que apela a la importancia de la gastronomía regional, los productos locales y sus métodos de cultivo. Fue entonces que comenzó a hacerlo consciente, como una suerte de filosofía, y a darla a conocer. Ahora Vázquez Lugo es de los máximos representantes del movimiento.

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San Ángel: Zohe

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En Zohe, manos –mágicas– convierten una sólida bola de pasta en delgadísimos fideos. Fideos que vuelan ligeramente entre sus dedos y dejan una nube de harina. Toda su carta es tradicional china. Los chefs de Zohe vienen de distintas regiones dependiendo de su especialidad.

Aquí hay 3 tipos de noodle artesanal: Lan Zhou con caldo de res –platillo estrella del Chef Pang–, Lan Zhou al wok con láminas de res y salsa típica y el Shan Xi con caldo de tocino. La pasta está hecha al momento y su textura es particular. Más rica y gruesa que de costumbre.

Otras recomendación del Zohe son los dumplings, el pato laqueado –que lleva 24h de preparación–, los rollos agridulces –según la carta son el aperitivo más antiguo de China– y el pescado floreado. En cuanto a lo dulce, la gelatina Guilin desconcierta por ser un postre que se bebe, una especie de té negro con trozos de gelatina flotante y una fresa. También tienen bolas fritas de plátano caramelizadas (perfectas para los amantes del azúcar y poco prácticas para quien no soporte los dedos pegajosos), leche frita y más.

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Nápoles: Mazurca

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En Mazurka hay cortinas de terciopelo rojo, candelabros, mesas con mantel blanco y un pianista que tocaba las baladas románticas de siempre, aunque un poco más adornadas de lo normal. Este restaurante polaco lleva abierto desde 1978, y está igualito a entonces. Quizás ya no es elegantísimo, pero sí es una escenografía casi embrujada que da mucho placer. Y se come delicioso.

 La copa de Zubrówka, primero que nada, se sirve a la vieja y distinguida usanza polaca: hasta rebosar el límite del vaso. La carne tártara se prepara en la mesa y, si tienes suerte, tendrá la forma de un caballo de ajedrez. Pero al Mazurka se va por la salchicha Kielbasa con raíz fuerte, la Zurek (sopa de salchicha) y por el pato Polski relleno de manzanas agrias y moras azules.

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San Miguel Chapultepec: El Mirador

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El Mirador es una de las mejores cantinas de su zona. Durante muchísimos años fue un reducto de puros hombres al que las mujeres sólo accedían los sábados, cuando los clientes habituales no existen. Y si bien desde hace más de 10 años se permite por ley el ingreso a las mujeres a las cantinas, en El Mirador (al menos en la parte del bar) parece haber una “política clientelar” infranqueablemente varonil. Si alguna dama osa entrar, recibirá chiflidos y aplausos que –casi siempre– la harán girar con rapidez de regreso al restaurante.

La comida es deliciosa, de esa que genera –precisamente– que haya tantos clientes frecuentes que además siempre ordenen lo mismo. A nuestro parecer hay 3 platillos por los que uno vuelve a El Mirador y volverá toda vida:

– El “Tribilin”: generosas porciones de filete de res, filete de pescado y camarón marinados y cocidos con limón, especies de la casa, aceite de olivo y amontillado.

– Los taquitos sudados de chamorro: 8 tacos (ya armados) de chamorro picado y dorado, acompañado de tres salsas a elegir.

– Milanesa manchega (oreja de elefante): filete de res aplanado y empanizado con queso manchego y jamón de pierna encima.

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Centro: Restaurante diminuto sin nombre

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Hace dos años llegó un pequeño restaurante sin nombre al local pegado al Bósforo, el bar de mezcales casi de culto e igual de diminuto y misterioso. Gracias a su voluntario anonimato, este restaurante sirve comida mexicana muy especial y ha permanecido invisible en el paisaje del centro.

La carta de pronto varía, pero recomendamos mucho –en realidad recomendamos todo– de entrada el tamal verde de huitlacoche o el itacate de acuyo (planta aromática) con puré de haba y queso cotija. La ensalada de nopal, frijol, queso de rancho y aguacate, sencilla como se oye, es espectacular. De plato fuerte nos gusta mucho el ceviche, que de pronto tiene algo de peruano; o el pulpo en morita para compartir. De tomar el agua del día, siempre. A menos que tengas ganas de un mezcal y en ese caso preguntes por su variedad de mezcales, que no es tan amplia como la de su hermano el Bósforo, pero sí muy especial.

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