No es restaurante, no es marisquería, La Curva es una ostionería. Para llegar uno sube y sube por Avenida Toluca; el viaje no es cualquier cosa, pero sus ostiones, cocteles y ceviches frescos valen cada kilómetro. Este año La Curva cumple 30 años y todo permanece casi intacto desde su apertura, pues como dice su dueño: Si no está roto, ¿para qué arreglarlo?
El nombre viene de la canción de Alex Lora del Tri, “Agua mi niño”, que habla sobre el mítico lugar en División del Norte y Av. Coyoacán: la Cervecería la curva. Y coincide por supuesto con que la Ostionería La Curva está situado en una curva muy pronunciada de Av. Toluca. El lugar en donde está solía ser la casa familiar en la que nació el dueño, que antes de ser el restaurantero más famoso de la zona fue bolero, lava coches, carpintero, chofer y taxista hasta que lo asaltaron y decidió cambiar de oficio. La idea se la dio un señor en bicicleta que vendía mariscos por la zona.
Con solo la primaria terminada y sin la menor idea del negocio, decidió dedicarse a abrir ostiones “sin miedo, al fin nadie nace sabiendo”, dice. Así empezó a vender ostiones, camarones y ceviche de pescado en la calle en Tizapan, en San Ángel. Su mamá le ayudó para que no se le pasara el vinagre y al final encontrar la receta perfecta. Iba mucho a la ostionería La Roca en Mixcoac; veía, preguntaba y aprendía el arte de los ostiones frescos.
En su puesto en la calle, los clientes le sugerían que preparara otros platillos más difíciles de hacer (al menos en la calle), así que puso dos mesas afuera de su casa –donde podía usar la cocina– y pronto ya eran 35 mesas. Los vecinos se quejaron mucho pero el éxito era inminente. Así, poco a poco fue rentando y comprando las casas alrededor, que eran de sus tíos, hasta que fue dueño de todo, con todo y curva, para establecer ostionería La Curva.
Desde 1989 el dueño se despierta a las 3 de la mañana para ir a La Viga y a la Central de Abasto para hacer las compras del día (menos los martes que no abren). Llega a las 7 de la mañana a La Curva y a esa misma hora llegan los empleados a limpiar pescado, mariscos y camarón. El dueño personalmente hace los cocteles, ceviches y abre los ostiones.
Para abrir apetito te llevan tortillas fritas en triángulos y una salsa deliciosa de un chipotle que mandan traer de Xalapa, Veracruz. Además de los ostiones y las almejas, las perlas de mar son los filetitos rebosados con harina de trigo, las quesadillas de cazón y el caldo de camarón. En La Curva se respeta la veda y por eso no siempre hay lo mismo en el menú, que siempre es pequeño y controlable para que lo poquito que hacen les quede bien.
En La Curva los platillos se preparan con distintos estilos geográficos. El callo de hacha y los aguachiles al estilo Sinaloa, la mojarra y el pescado zarandeado al estilo Veracruz, y usan la bruja (cebolla zanahoria, chile, hierbas de olor y vinagre) como en Acapulco.
Siempre lleno, austero, excesivamente limpio, con buen servicio y con los mejores mariscos de la zona, La Curva es un ejemplo del trabajo duro, honestidad y hacer las cosas con mucho gusto.
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