Si eso es cierto, entonces millones de mexicanos son sabios dignos de un monumento. Ellos, y nadie más, saben que tras una extenuante jornada en la que el alcohol y otras sustancias definieron su existencia por una noche, es necesario consentir al cuerpo que tanto les regala –y soporta–. Cuando esto ocurre, no existe mejor forma de apapacharlo que con los tres elementos revitalizantes: proteína, grasa y pungencia.
Por separado son grandiosos, pero juntos, este triunvirato es capaz de despertar a cualquiera de la condición semihumana en la que uno se convierte al día siguiente. Reaniman, dan fuerza y llenan el vacío estomacal que deja la iluminación y sabiduría lograda la noche anterior –o la tremenda peda de ayer, sin ser rebuscado–.
He aquí esos 4 pequeños locales que te devolverán la vida a cada bocado.
1. El Matador en Tacubaya
No existe resaca que resista el embate un buen plato de pancita de res. Deja el caldo de pollo para los enfermos, para el mal de codo –ese provocado por empinarlo–; no hay plato más efectivo. Y en El Matador saben muy bien qué recetar para aliviarlo.
Empieza con una quesadilla y una orden de aguacate para empezar, pide una cerveza fría; espera a que llegue un tremendo plato del cual brota un olor ahumado del chile guajillo –ligeramente picoso–. Deja que cada bocado te limpie el sabor a vasito rojo de fiesta y siente la textura del cuajo, el libro, el panal y el callo en la boca y cómo el orégano revela su presencia. Para potenciar el efecto sanador añade chile de árbol frito y espolvoreado con sal.
Si eres de aquellas personas que no tienen la osadía de comer estómago de vaca, El Matador también tiene carnitas, pozole, chamorros, quesadillas y sopes, entre otros. Ten cuidado, pues este lugar tiene un defecto –si se le puede llamar así–: puedes caer de nuevo en las garras del exceso.
¿Dónde? Privada Antonio Maceo #5, con una entrada sobre avenida Jalisco, en la colonia Tacubaya
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2. Chilakillers
Uno de los platillos a los que más propiedades curacrudas se le atribuyen son los chilaquiles, y su fama es bien merecida –porque además de incluir la trilogía revitalizante– son los únicos que puedes hacer en casa en menos de una hora.
En esta zona, una muy buena opción son los Chilakillers. Sí, están abarrotados los fines de semana y sí, también esta muy millenial el lugar, pero saben hacer chilaquiles como los de la abuelita.
Las porciones son abundantes; los totopos son firmes y crocantes con el punto justo de salseado: ni tanto que los convierta en una masa uniforme ni tan escaso que parezcan nachos. Respecto a las salsas, este local ofrece distintas para cada antojo –roja, verde, mole, frijoles, una más picosa y de aguacate–, aunque si este lugar está en este texto, ya sabes por qué.
También tiene una gran variedad de acompañamientos y pócimas sanadoras (léase micheladas y cervezas con Clamato) que lo hacen ideal para buscar redención. Eso sí, el sazón es casero pero los precios son de la Condesa.
¿Dónde? Avenida Revolución 23, entre Benjamín Franklin y Progreso, en el edificio Ermita, en la colonia Tacubaya.
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3. Mercado San Pedro de los Pinos
Tras una noche de excesos y destrucción en la que abusaste de tu cuerpo como si fuera un parque de diversiones –y no el templo que a todos les gusta creer–, a veces se antoja algo fresco, ligero y que no tenga mucho impacto en el estómago. En esos días oscuros en los que mirar hacia abajo sin sentir vértigo es un esfuerzo sobrehumano, no hay mejor alternativa que un coctel de camarón, un Vuelve a la vida o un aguachile picoso que te despierte del letargo post-peda.
El mercado de San Pedro, justo frente al Parque Pombo, ofrece distintas opciones para quienes buscan buena comida en la colonia –vamos, no es una zona que se distinga por tener memorables lugares para comer ni para tomarse un café decente–. Sin embargo la joya, o joyas, de este mercado son las dos marisquerías que conviven en el lugar: La fuente de la juventud y Altamar.
Juntos, este par de locales domina el 30% del mercado, y no es para menos. Cocteles campechanos preparados al momento y unas cervezas con Clamato para matar –la resaca– son la combinación ideal. Si necesitas algo más consistente y con el toque restaurador del chile guajillo, la recomendación son los caldos servidos con tantos camarones que quedarás sorprendido.
Tostadas, cebiches, empanadas, filetes de pescado frito –obligatorios con su jugo de limón y salsa embotellada– y mojarras fritas. Todo lo que esperas de una marisquería tradicional, con porciones bien servidas y precios decentes, lo puedes encontrar en estos dos lugares. Las diferencias entre ellos son sutiles –en La fuente de la juventud los filetitos están más crujientes, mientras que en Altamar el caldo es más consistente, por poner un ejemplo– pero todo está en el gusto. Eso sí, cuando estás más crudo que almeja en su concha los dos tienen con que apalear la resaca de una forma increíble.
¿Dónde? Avenida 2, frente al Parque Pombo, colonia San Pedro de los Pinos.
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4. Gorditas Zacazonapan
Entre la fauna garnachera que cohabita la Ciudad de México, las gorditas son de las más consentidas. Envueltas en papel estrasa son ideales para “ir comiendo”, contienen más guisado que un taco regular y, por si fuera poco, en la mayoría de los casos la masa de maíz contiene tropezones de chicharrón prensado crujiente, calientito y sorprendente.
Sin embargo sus propiedades curativas son reducidas. La cosa cambia cuando vas a las Gorditas Zacazonapan, un local legendario –a unas cuadras del metro San Antonio– donde la garnacha se encumbra como el ideal para hacer frente a los estragos de la noche anterior gracias a su salsa.
Como en el reino animal, el color encendido de la salsa preparada en este noble lugar advierte del peligro que implica probarla. El color naranja encendido y el olor ligeramente avinagrado es ideal para cortar el gusto graso de cada gordita cuyos rellenos son variados y abundantes: carnitas para el goloso, pastor para el chilango recalcitrante o los clásicos como papá, frijol, requesón y –el rey de los rellenos–, chicharrón.
Así, en cada bocado se obtiene una generosa cantidad de proteína que provocará esa sensación de confort durante la resaca. La acompaña una buena cantidad de grasa que protegerá el embate de la salsa naranja, un menjurje con tanto sabor como picante cuyos pungentes secretos no son revelados pero son tan poderosos como para despertar a los crudos –con la misma calidez que el aliento de un dragón.
Ese es el secreto de este lugar: una salsa capaz de redimir cualquier pecado con el fuego estomacal. Quizá no sea tan buena idea después de todo, pero recuerde: si es estúpido pero funciona, no es estúpido.
¿Dónde? Avenida Revolución 749, colonia Nonoalco.