comida venezolana

La Taguara de la Negra es un pequeño local de comida venezolana en la Narvarte, donde comer arepas y beber un papelón con limón es viajar 3,800 kilómetros al sur. Gabrielle Cardénas, realizadora visual originaria de Caracas, nos invitó a este lugar para comer venezolano y platicar sobre su experiencia a un año de haberse mudado a la Ciudad de México, sus lugares favoritos, los platillos tradicionales de su país, así como un poco el clima político que actualmente atraviesa.

Comedor Internacional es una historia sobre personas de todo el mundo que vinieron a vivir a la Ciudad de México y sobre los sabores que más extrañan de su país. Es también un punto de encuentro entre la gastronomía global y los restaurantes que la preparan en su versión más auténtica.

“Venezuela, un pedacito de mi país en un local de comida como en mi casa”, está escrito —entre un mar de comentarios— en uno de los muros de La Taguara de la Negra, un local chiquito en la Narvarte. Las firmas de las paredes recogen la memoria gastronómica de los comensales venezolanos que vienen a probar los sabores de su tierra.

comer venezolano

El ambiente en La Taguara (“el changarro”, diríamos en mexicano) es alegre, ruidoso: los comensales, muchos de ellos venezolanos, llegan, saludan familiarmente a la dueña, la señora Argelia, a quien todos conocen como la Negra, bromean entre sí. Es raro ver una mesa vacía. Gabrielle Cárdenas, originaria de Caracas, nos invitó a este local (recomendación ganadora de uno de sus amigos venezolanos), y, aunque es la primera vez que come ahí, se desenvuelve como si fuera cliente frecuente desde hace tiempo. De hecho, no pierde ocasión para hablar y reírse con la Negra. “Nunca había venido, ¿y vieron cómo fue el trato?”, nos pregunta en voz baja y divertida. “Somos bastante confianzudos con la gente. La señora es la representación de un venezolano nato”.

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Gaby se mudó a México hace un año —seis meses antes que su novio y algunos de sus amigos— y, aunque tiene ascendencia alemana, se reconoce como caribeña de corazón. Extraña el mar y amanecer con la vista de la montaña en la ventana de su cuarto. Sin embargo, eso no le ha impedido adaptarse a su nueva ciudad. Le gusta la comida mexicana y admite que poco a poco le va poniendo más gotitas de picante a su comida. Es fan de la cochinita al pibil y los tacos de pastor.

Cuando recuerda Venezuela, Gaby no lo hace con frustración o nostalgia. Nos cuenta que antes de mudarse trabajaba como realizadora visual en las oficinas de la cadena de televisión HBO, hasta que la situación —con un sueldo mensual de 20 dólares, equivalente al precio de un pollo— se volvió insostenible. Lo dice tranquila, incluso entre risas. Reconoce que la situación política actual es delicada y que difícilmente se resolverá pronto debido a un sistema complejo de poder. Por eso, cuando decidió venir a México, lejos de su mamá, no fue un episodio trágico, sino algo natural: “Los papás en general nos dejan ir. Nos dicen ‘ya te toca, vete, arráncate, ¿a qué te quedas acá?’”.

Sólo una vez ha regresado a Venezuela para hacer unos trámites. Vio a su mamá —quien ha decidido quedarse—, a su abuela y a dos de sus amigas que, como acto heroico de resistencia, todavía viven allá. Su mamá vino en diciembre a festejar la Navidad. Fueron a Puerto Escondido, a disfrutar el mar que tanto extraña. “Yo sólo voy a esperar que un día me levante y todo esto haya acabado —dice refiriéndose a los conflictos que enfrenta su país—. ¿Regresar? No sé. Hace poco fui a la marcha de mujeres. Ahora puedo salir a la calle a protestar sin que me repriman… tanto. Sólo pensar que tengo un trabajo con el cual pagar la renta, ir al mercado, tener poco a poco cosas en mi casa, lo veo bien, estoy bien”.

¿Por qué la Ciudad de México y no otro lugar?

Tengo muchos amigos acá y trabajamos en lo mismo: producción audiovisual y marketing digital. Todos han tenido mucha suerte en conseguir trabajos dentro de su área. Hay bastante oferta. Además pienso que es una minita de oro. Es barato, el emprendimiento también. Hay público para todo. Sólo la Ciudad de México es la población entera de mi país.

¿Te ha sorprendido algo particular de la Ciudad de México?

En general es muy parecido. Lo único distinto quizá es que en Venezuela solemos ser bastante frontales con el sí o no, cosa que en México me ha costado un poco de trabajo adaptarme, aprender esos códigos. Yo no tengo problema con el “no”, sólo dímelo.

¿Hay algo venezolano que hayas buscado aquí y no hayas encontrado?

Para comer venezolano, el casabe. Es un proceso indígena. Algo así como la yuca fermentada. Se seca al sol y se forma una galleta hecha de yuca. Son parecidos a los totopos, algo así como obleas de yuca. Eso fue lo único que le pedí a mi mamá que me trajera cuando vino en Navidad.

¿Dónde compras tus ingredientes cuando quieres cocinar?

En el Mercado de Medellín hay un puesto de productos venezolanos. Es caro. Probablemente se consiga en otro lado, pero habría que ver. La gente prefiere venir a comer que conseguir los ingredientes y preparar en su casa.

¿Tienes algún lugar favorito en la Ciudad de México?

Me gusta mucho el Centro Histórico, pero porque todos los centros de América Latina se parecen. Me recuerdan a Venezuela. Obvio voy poco porque siento que me succiona el alma. Me roba cinco años de vida: sólo ves gente y gente y luego ves al piso. También me gusta mucho el Bosque de Chapultepec. Me hace falta más naturaleza y mar.

EL MENÚ SUGERIDO POR GABY EN
LA TAGUARA DE LA NEGRA

Tequeños (dedos de queso).

FUERTES

Para comer venezolano no hay como la arepa de pabellón, el platillo tradicional de Venezuela. Es una empanada con frijoles negros, carne deshebrada, plátano macho y queso. O bien, la cachapa, una crepa de maíz molido con queso venezolano y que es lo típico “de domingo, cuando no quieres hacer nada”.

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PARA TOMAR

Frescolitas (como Fanta, pero con más azúcar).
Maltín (bebida de malta sin alcohol).
Papelón (piloncillo) con limón.

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TIP DE EXPERTO

Gaby recomienda acompañar los tequeños con las cuatro salsas del lugar: la rosada —de cátsup con mayonesa—, la guasacaca —una especie de guacamole— la de ajo —la más blanca— y la de la casa, de ingredientes secretos que la Negra no revela.

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