Algunos de los episodios musicales más importantes para entender la música experimental en México ocurrieron en el taller de composición de Carlos Chávez en los sesenta –con compositores como Hilda Paredes, Héctor Quintanar, Mario Lavista y Julio Estrada–, y poco después con la creación del Laboratorio de Música Electrónica en el Conservatorio Nacional de Música (primero de su tipo en Latinoamérica), construido por el ingeniero Raúl Pavón, creado por Quintanar e impulsado por Chávez.
Este tipo de laboratorio llevaba al menos 20 años en Europa y, cuando llegó a México, lo transformó todo. Para empezar, se contemplaron concepciones musicales nuevas a partir del paradigma sonido-ruido. Las tecnologías del sintetizador y el magnetófono, mezcladas con los medios acústicos, inauguraron un nuevo género de música de cámara e inspiraron a muchos otros compositores (como Antonio Russek, creador del primer laboratorio privado de producción y difusión de música electrónica en su domicilio [1975]) para que trabajaran directamente con la materia sonora y experimentaran con la música electrónica.
Por falta de continuidad, además de razones burocráticas y quizá falta de interés de más compositores “excéntricos”, el Laboratorio de Música Electrónica quedó en desuso, no sin antes haber cimbrado la creatividad musical mexicana. Hubo, por ejemplo, un evento memorable, que cita Rocha Iturbide en su libro mencionado antes. En 1971, Héctor Quintanar y el compositor Manuel Enríquez, quien llevaba un rato experimentando con estructuras aleatorias y con la forma abierta desarrollada por la escuela de Cage, organizaron un concierto de música electrónica en vivo en la compañía Luz y Fuerza, con los sintetizadores analógicos del laboratorio del Conservatorio Nacional de Música (un Moog y un Buchla). Éste fue el primer concierto acusmático en el país (hecho para bocinas, sin intérpretes).
El abandono que desmanteló el laboratorio se extendió a casi toda la generación y la música experimental, resiliente pero débil, quedó relegada a círculos clandestinos y a las sombras, donde, no obstante, siempre se ha sabido mover y se siente cómoda.
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