Enrique es un restaurante folclórico y familiar en Tlalpan. Probablemente muchos fueron cuando eran niños a comer barbacoa y a ver a los adultos tomar mucho tequila. Si hacen memoria, quizá aparezcan en la memoria sus salones amplios con nombres de la fama mexicana, sus mesas largas superpobladas vestidas de domingo, y lo más inolvidable, sus tarimas y mariachis interpretando Si Adelita se fuera con otro.
¿Qué nos hace volver la mirada a Enrique? Su subsuelo. Por las escalinatas de la entrada principal se llega al gran restaurante, pomposo y apabullante, pero por unas escaleritas descuidadas se desciende como un Dante al séptimo infierno de la taquería. Aquí, en un salón oscuro y de aspecto inverso al lujo del Enrique convencional, se paga primero el taco y después uno se lo come parado y contra el mostrador. También despachan para llevar. Este formato de comida rápida, donde el empleado no se detiene ni para sonreír, ofrece una barbacoa deliciosa. No se vende por taco, sino por ¼ kilo a $120 y tiene un secreto, granos de sal gruesa tan grandes que podríamos llamar piedritas. El efecto sorpresa en la lengua marca la diferencia, y ni hablar si se le agrega la especialidad de la casa, la salsa borracha hecha de pulque.
Las quesadillas de huitlacoche son tan ricas que le hacen la competencia a la barbacoa. Las de flor de calabaza también están muy bien, pero no dejan de ser una muy buena tercera opción.
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