Hasta atrás de éste restaurante, en una terraza pequeñita, cuelga un neón rosado y fluorescente: “Poh loh lee adj. Hungry”. Pololi es hambriento en hawaiano; también un lugar, chiquito y ruidoso, para comer pokes en Lomas de Virreyes, mezcla de comida japonesa y hawaiana

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El servicio es rápido pero cariñoso. Eficiente. Paola García, la dueña de Pololi, sabía muy bien que si ponía un lugar en medio de tanta oficina debía adaptarse a los que tienen poco tiempo para comer. Por eso, el horario de Pololi es de lunes a viernes, de 12:30 a 5 de la tarde, con ticket promedio de 170 a 225 pesos. Ideal para los que quieren comer rico, sin prisa pero sin parafernalia, sin gastar tanto y bien atendidos.

El menú es cortito. Pokes de salmón con edamames y aguacate; hamachi con elote y chile serrano; atún con alga y shishimi o tofu con poro, germen de soya y semillas de ajonjolí. Uno también puede armar su poke, combinar arroz blanco, integral o kale con atún, salmón, jengibre, semillas de girasol, cebollín crunchy o salsa ponzu. Entre otras varias opciones que dan lo suficiente para ponerse creativo sin agobiarse demasiado.

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Otras opciones son cuatro tacos deliciosos, de camarón asado, atún sellado, salmón o hamachi que sirven en un alga en tempura que funciona muy bien como tortilla. También tienen tres burritos, sopa miso, ensalada de alga y edamames asados. Los postres son favoritos y se acaban temprano. Hay helados y enjambres de matcha o el “Pololi”, un pastel de coco, nuez y chispas de chocolate.

Cuando Paola conoció el concepto del poke en un viaje, supo que llegaría a México en cuestión de meses y regresó con la idea bien clara de traerlo a la ciudad. En seis meses, y a sus 25 años, investigó todo para crear la marca, hacerse de buenos proveedores de ingredientes frescos y buscar local. No hubo inauguración. Más bien un día, cuando ya estaba listo, abrió las puertas y comenzó a trabajar.

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Con todo, Pololi no es improvisado, es sencillo, que no es lo mismo. Paola es la primera en llegar y la última en irse; supervisa a un equipo de seis personas, las mismas desde que empezó el restaurante, hace un año. Dice que emprender un negocio es divertido y cansadísimo, a partes iguales.

La zona ha crecido muchísimo en el último año; cuando Pololi llegó no habían más que un restaurante y una taquería. Ahora la calle es un hervidero de oficinistas y restaurantes para todos gustos y bolsillos. Pololi, con todo y su discreto tamaño, está lleno. Ya es consentido de la zona, y seguro algo tienen que ver su buen precio, el trato amable y la comida rica. Planean expandirse pronto, en busca de más trabajadores apresurados que quieran comer bien cualquier día de la semana.

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