Para sobrellevar la hostilidad de lo cotidiano solemos volver a los primeros platillos que quisimos. El sándwich es uno de ellos, y los objetos que los acompañan: la lonchera y las canicas van muy bien juntos. La ecuación de la infancia feliz, para muchos. En Canica dicen que son sandwicheros justo por esa razón. Porque saben que la comida más entrañable está atada a los años más entrañables.
Todo en Canica tiende hacia lo sencillo. El menú, el espacio, las pocas (y bien seleccionadas) opciones de bebidas. El lugar quedó muy bonito y se siente a gusto estar allí sentado, tomando un vino con amigos. Es afortunado por cosas que ya estaban allí; el camellón de Mazatlán, un árbol muy alto en la banqueta, la ubicación. Las otras son mérito suyo. Los colores rojizos, la iluminación cálida y los detalles (como las botellas de vino que parecen escogidas por sus etiquetas) hacen que uno se sienta en confianza como de inmediato.
Las canicas como los sándwiches son conceptos casi universales. Pareciera que en Canica los “emparedados” son una excusa para hacer experimentos deliciosos. De hecho, lo que va entre panes es lo que más nos gustó; el salmón del Nórdico estaba en su punto de cocción, el pato laqueado del Pato Pekín jugoso, y los quesos del Grilled Cheese llegan bien derretidos. A propósito, a este recomendamos echarle el mac n’ cheese que viene de side adentro. Mejora mucho.
Las combinaciones y los buenos ingredientes dejan ver que en la cocina de Canica se divierten. Rodrigo, el chef, ensambló las técnicas de los otros restaurantes en los que ocupa su tiempo: el ahumado de Bowie y el grill de Kitchen6. Pero también tienen tortas y sándwiches de toda la vida, en porciones generosas. Como la Torta Fidel, que lleva milanesa, jamón de pavo, pierna, manchego, Oaxaca, frijoles, aguacate y tomate. O la Condesa, una torta de chilaquiles muy prometedora.
Vale la pena ir a probar 🙂
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