Se dice que durante la época porfiriana los tacos eran un plato que sólo los pobres comían. Algo así como la pizza en Nápoles. Del chisme histórico es difícil obtener la verdad pero, de ser cierto, los mexicanos más pudientes de la época se perdieron de un gusto extraordinario y somos muy afortunados de vivir en esta época, dónde los tacos son hechos de absolutamente todo y para todos, un concepto que Las Cazuelas de Don José tiene muy en claro.
Ubicados en la esquina de la calle Olivos y Av. Tláhuac, justo enfrente de un Banamex que ha visto mejores días, están Las Cazuelas de Don José. Es el garage de una casa y está adaptado para recibir comensales exprés. El lugar no es nada amplio porque hay 3 mesas (todas decoradas con manteles de cuadritos) que sostienen las cazuelas de barro en que se cocinan todos los guisados, pero uno puede encontrar lugar rápido si se sabe acomodar. Al llegar, uno se acerca a las mesas mientras sortea a los otros comensales y espera a que alguna de las cocineras o el jefe le atiendan, mientras empieza a salivar por el olor.
Los guisados
La variedad de guisados aquí es impresionante. Tienen al menos 18 tipos distintos, como el chicharrón en salsa roja, el chile relleno, las tortitas de res en salsa verde, el mole, el entomatado de res, el bistec a la mexicana, el arroz con huevo, las papas con chorizo, el huevo en salsa, la costilla en chile morita y, nuestros dos favoritos: las rajas con crema (que aunque picositas son tan cremosas que se hacen adictivas) y el de cochinita (cuyas cebollitas con habanero y limón cortan la grasa y la hacen deliciosa, bastante picosa y digna contrincante de otras).
Las porciones de Las Cazuelas de Don José son bastante generosas, por lo que recomendamos ir con bastante hambre y también llegar temprano ––usualmente para las 4 los comensales ya habrán arrasado con todos los guisados del día. Para acompañar los guisados, la salsa roja de chile de árbol es el toque exacto de picor y sabor que balancea la variedad de tacos. De tomar, la variedad es más limitada, pero enfrente hay un puesto de aguas frescas y la de piña es excepcional.
Si al final uno se queda con antojo de algo dulce, justo afuera se estaciona una camioneta que vende una variedad casi infinita de dulces típicos: alegrías, cocadas, palanquetas, pepitorias, fruta cristalizada y hasta merengues.
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