Pocas veces el Ex Teresa Arte Actual se había visto tan extraño e intrigante. A la entrada, una estructura de andamios de madera ocupa toda la nave central y va en espiral del piso hasta el techo. Entre los sonidos y ruidos de la exposición, uno no sabe si subir la estructura o rodearla, pero desde cualquier ángulo tiene un encanto. Hay que subirla. Es el Pabellón fonográfico de Mauricio Rocha Iturbide, un edificio efímero que construyó para Modos de oír: prácticas de arte y sonido en México, que explora la escena sonora en el país a lo largo de 100 años.
Este Pabellón fonográfico es una construcción de pasillos de madera y alambre con bocinas incrustadas en algunos puntos para que el visitante se detenga y escuche. En una de las estaciones de escucha, por ejemplo, hay una pieza del genial Luis Quintanilla, en otra una de Conlon Nancarrow, pionero en la experimentación con máquinas sonoras, o en otra, más arriba, la sonorización de Manuel Rocha Iturbide de algunos poemas concretos de Mathias Goeritz. Los audios son acumulativos; se escuchan uno por uno y entran en un ritmo que se parece mucho al pensamiento humano. Cada voz y sonido se vuelve parte de un monólogo interno que se mezcla a su vez con el ritmo de los pasos sobre la madera. Uno asciende en una delicada magia espacial dentro de la nave del Ex Teresa. Escucha la estructura. Es como entrar en la cabeza de alguien muy atormentado, pero que en su tormento de voces y ritmos encuentra una suerte de paz. Y es que cuando la museografía es también pieza de arte suceden cosas extravagantes.
Mauricio Rocha ya había experimentado con pabellones. De hecho lo hizo mucho antes de que éstos fueran cosa de todos los museos, todos los días. En el mismo Ex Teresa, bajo la dirección de Guillermo Santamarina en 1998, Rocha construyó un pabellón bajo los mismos principios sonoros que el de ahora. Y hace poco creó un Pabellón Acústico en colaboración con su hermano, Manuel Rocha Iturbide, en San Luis Potosí, que sirvió como antecedente a al fonográfico.
Las estructuras temporales son singularmente buenas para detonar experiencias espaciales y especulaciones sobre nuevas arquitecturas. Este pabellón, por ejemplo, es un modelo helicoidal que asimila la forma de una oreja ––Nos hace pensar si la arquitectura del futuro debería integrar un propósito alegórico en su forma, y así miniaturizar las ideas. Los pabellones son objetos de placer para los arquitectos y visitantes; no hay como lo transportable, lo abarcable y lo efímero para para jugar con el espacio y los sistemas humanos.
El espacio de la nave central del Ex Teresa se desdobla en este trayecto de escucha dirigida que pasa por arqueologías fonográficas, improvisaciones de distintas épocas, obras electroacústicas que colaboran con poetas, escrituras conceptuales o músicas pop que escapan hacia la experimentación. Al final del recorrido, ya casi tocando el techo del convento, el visitante llega a una banca sonorizada por piezas electroacústicas donde puede sentarse y, por primera vez en su vida, mirar por la ventana superior de la nave hacia Licenciado Primo Verdad.