El desperdicio de comida es un problema real del que todos hemos sido parte, ya sea por descuido, facilidad, ignorancia –o por el simple hecho de vivir bajo las dinámicas del mundo–. Para contrarrestar estas prácticas arrastrantes existe Olio, una app para compartir comida que comenzó en Londres y ahora funciona en la Ciudad de México.
El app funciona de manera sencilla. Si uno tiene comida que le sobre, toma una foto desde la app, anota una descripción breve y fija un punto de entrega. Si, en cambio, uno quiere comida, puede explorar en el mapa qué hay cerca y solicitarlo al usuario en cuestión. Además de comida (perecedera y no perecedera) hay algunos otros productos que se pueden cambiar, como productos de belleza o artículos domésticos. Lo mejor es que todo es gratis; sólo hay que registrarse.
Olio genera comunidad y ayuda a que los vecinos, empresas locales y asociaciones civiles de cierta área se conozcan y compartan excedentes de comida y otros bienes, que muchas veces terminan en la basura. Hay quienes también usan la app para anunciar objetos extraviados por el rumbo o eventos con fines sustentables.
Creemos que en la (posible) debilidad de Olio está también su fuerza. En esta ciudad a veces se nos dificulta confiar, y por ello podría sonar utópica la idea de intercambios así. Pero solamente con la práctica propiciamos tierra firme para que iniciativas así sean hábito. Celebramos que existan iniciativas como Oilo (y de pasada los invitamos a Robin Food, la otra iniciativa que rescata la comida que sobra en eventos sociales y después la dona a albergues de personas, de perros y gatos).
Según la ONU, una tercera parte de los alimentos que se producen en todo el planeta se pierden o se desperdician; además, en países desarrollados, más de la mitad del desperdicio de alimentos ocurre en el hogar. Ya sea en un restaurante o en la casa, hay que evitar desechar lo que puede servirles a otros.
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