No es ningún secreto que una de las actividades favoritas de todo el equipo de Local era (es) ir al tianguis a buscar hallazgos. Sin presumir, podemos decir que recorrimos muchos de los mejores lugares para chacharear, comprar plantas o cualquier artículo increíble en la ciudad; y son justo esos mismos lugares los que más hemos extrañado en estos meses de confinamiento.
Claro, sabemos que siguen ahí y que difícilmente podrán irse, pero a lo que nos referimos es a la experiencia completa de ir al tianguis con todas estas actividades pequeñas pero representativas y que, después del confinamiento, nos dan un poquito de ansiedad:
1. Regatear
Una de las partes más emocionantes de ir al tianguis es el regateo. Sobre todo en los de chácharas, donde algunos vendedores inflan sus precios esperando a que lleguen los hábiles compradores buscando ofertas. Ahora, con el flujo acelerado al que sometieron a los tianguis nos impide estar mucho tiempo buscando un buen trato. Con tal de evitar aglomeraciones, esa dinámica se redujo a pedir, revisar y pagar. Así que si van a chacharear aprovechen todas las oportunidades de ofertar.
2. “Calar y garantizar”
Sabemos que ir a chacharear es un poco jugar a la ruleta rusa, uno compra con la certeza de que el producto puede o no funcionar, pero siempre están los puestos donde te dejan probar todo hasta que estés seguro de que es lo que buscas.
Nosotros tuvimos la suerte de probar varias cosas en los tianguis de la vieja normalidad, pero al volver a ver las fotos nos da un poco de ansiedad el pensar en todos los bichos que, sin saber, nos acercamos a la cara.
3. Comer en los puestos
Si hay algo que extrañamos mucho de los tianguis, sobre todo en fin de semana, es almorzar un taco de barbacoa y un consomé bien calentito. Aunque ahora esa posibilidad va y viene conforme cambia el color del semáforo, siempre está la opción —más segura— de pedir para llevar.
4. Tomarse una michelada
Las micheladas tianguis son una cosa aparte. Los días en que las calles se llenan de puestos, las leyes de la colonia cambian un poquito y uno tiene permitido beber en la vía pública. Así, uno puede caminar con michelada en mano y escogiendo sus verduras para la semana. Eso sí, hay que terminarla antes de salir porque más allá de las lonas termina la jurisdicción del tianguis.
Aunque en muchos tianguis todavía hay puestos de micheladas, hay que elegir entre quitarse el cubrebocas en medio de la multitud o tomarse la cerveza.
5. Platicar con los vendedores
Una de las mejores parte de ir a chacharear o a comprar verduras era la de platicar con los marchantes. Ya sea una lechuga o un juguete que no habíamos visto nunca, aparentemente todo lo que venden en los tianguis tiene una historia que, al menos por ahora, permanecerá oculta.
6. Escuchar (todos) los gritos de los marchantes
Hasta hace un año, pararse en el tianguis era una sinfonía de música a todo volumen, carritos de metal con las llantas dobladas y especialmente, marchantes gritando para que uno pase a comprar su mercancía. Por supuesto, es algo que no se fue del todo, pero para oírlos hay que acercarnos un poquito al puesto porque la tela del cubrebocas hace los gritos más tenues. La melodía del tianguis sigue ahí, pero hay que buscarla mejor.
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