A pocas semanas de que comenzara la época más extraña de 2020, hornear pan se convirtió en la terapia de millones de personas de todo el mundo. Como una suerte de fiebre, tiendas en Estados Unidos, España y otros lugares reportaron escasez de levadura y harina, los ingredientes principales para hornear. En Instagram, las fotos y hashtags de pan fueron tendencia. Los sitios de cocina crecieron sus visitas. Los libros de cocina ni se diga. Tanta fue la demanda que incluso un molino medieval en Europa regresó a producir harina para atender a ávidos panaderos caseros.
Tenemos la teoría de que hornear un pan es algo que puedes “ver crecer”, como un ser vivo, y eso tiene un efecto de acompañamiento en estos tiempos solitarios. También, estamos prestando tanta atención a las cosas más cotidianas, como las plantas, las azoteas, las nubes, que volvemos a mirar el proceso de hacer pan como lo que siempre ha sido: alquimia en su forma más pura: harina, agua, tiempo y calor.
Se dice que el primer pan ocurrió ocho mil años antes de Cristo, en Egipto. (Aunque hay evidencia reciente que señala que fue mucho antes, hace 14,000 años). Desde entonces, ocupa un espacio preferente en la historia de religiones, en el abanico de frases y dichos, en las tradiciones de familias. En Grecia, estaba ligado a la nobleza y a lo divino y luego en Roma fue el alimento básico de la mesa. Pero para la tradición cristiana se volvió todo: el pan era Cristo, era abundancia. Si había pan, no faltaba nada. En todo el mundo hay museos dedicados a la cultura panificadora porque hacer pan es una actividad que, durante siglos, nos ha acompañado.
Una de las perlas que nos ha dejado la cuarentena (que no la pandemia) es que transformó nuestra relación con el tiempo. De pronto no había que correr para llegar a una junta o salir a cierta hora para ver amigos o ir al súper o al gimnasio. El tiempo se encerró con nosotros y nuestros pensamientos e ideas en cuatro paredes. La cuarentena nos devolvió el tiempo, y con ello el pan.
En tiempos de crisis, hay quien dice que cocinar da a nuestros días estructura. De saber que es un proceso con un inicio y un fin. Y es que sí. Hay una satisfacción desde la búsqueda de recetas, de ver las fotos del resultado final, de sumergir nuestras manos en una masa amorfa y poco a poco darle ese aspecto del pan que queremos. En ver la masa lentamente crecer en el horno. De darle su tiempo de cuidado. Hornear pan, en otras palabras, se vuelve un recordatorio de la importancia de la paciencia y la recompensa que obtenemos después de ella. Y es muy inmediato.
En Panificadora local.mx los invitamos a compartir sus panes. Pueden ser de cualquier tipo. Bien logrados. Mal logrados. Dulces, agrios o salados. Hagamos esto un acto de autocuidado, y un gozo compartirlo con otros. Desde aquí les decimos, todo estará bien.
Con ustedes: Panificadora Local
!suban su pan!
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