Los judíos casi nunca pasan desapercibidos; generalmente suscitan curiosidad, admiración y/o repudio en las sociedades donde se establecen. Esto puede deberse, en parte, a la desinformación que existe en torno a su cultura. Por eso se agradecen los espacios que provienen de la misma comunidad judía y que buscan, más allá del hermetismo, abrir un diálogo con la sociedad en general y ofrecer información de la historia y la cultura judía. La sinagoga histórica Nidjei Israel en la calle Justo Sierra, que hoy en día es museo y centro cultural, cumple con ese propósito.
La sinagoga existe desde 1941 y originalmente fue un lugar de culto de la comunidad ashkenazi, es decir, de los judíos originarios de Rusia, Ucrania, Polonia, Hungría, Lituania, Alemania y otros países de Europa del Este. Ell@s llegaron a México en la década de los veinte huyendo de los ataques y persecuciones antisemitas, conocidos como pogroms, a los que se veían sujetos en sus lugares de origen. Vinieron a “hacer la América” con la idea original de llegar a Estados Unidos, pero al no poder entrar por las cuotas migratorias, se quedaron en la Ciudad de México, principalmente en el Centro histórico, alrededor del antiguo mercado de La Merced.
Aunque llegaron sin sus familias completas, sin dinero y hablando ídish, poco a poco se aclimataron a su nuevo hogar. Con el tiempo fueron mejorando económicamente, estudiaron carreras o crecieron en sus comercios. Luego trajeron a sus familias y aprendieron español, establecieron una comunidad y construyeron la sinagoga Nidjei Israel en Justo Sierra 71 como un lugar de reunión, estudio y rezo; una señal clara de que ya habían decidido echar raíces.
La Nidjei Israel todavía está en la misma calle, a una cuadra de la Plaza de Loreto. El edificio tiene doble fachada; una que da a la calle de tezontle y cantera, estilo neocolonial, que es el edificio de las oficinas de la sinagoga; y la otra interior, del estilo neorromántico de las sinagogas del siglo XIX. La única manera de reconocer que allí dentro hay un templo es gracias a las estrellas de David esculpidas en la puerta principal. Como ésta comunidad se había quedado con un sentimiento de persecución de su última experiencia en Europa, aquí querían esconder o evitar que su sinagoga fuera tan visible a la calle.
En la planta baja está el salón de fiestas donde se celebraban los bar-Mitzvah, las bodas y otros eventos de la comunidad. Allí fue la boda de oro de mis bisabuelos, por ejemplo. Cuentan que se servían banquetes con las delicias de la comida ashkenazi como el pan trenzado tradicional (challah), el hígado picado, el arenque, los pepinillos, el gefiltefish y la sopa de matza ball y que se bailaba al ritmo de la música tradicional judía y de los hits del momento.
Subiendo las escaleras, uno llega al lugar de culto. Entrar allí es como viajar en el tiempo y regresar a una de las muchas sinagogas que pululaban en Europa del Este antes de la Segunda Guerra Mundial. Porque este templo es una imitación de una sinagoga que estaba originalmente en Siauliai, Lituania, y que fue destruida por los alemanes o los rusos en la Gran Guerra. Cuentan que fue un donante lituano el que quiso que la sinagoga de Justo Sierra fuera una réplica de la de su tierra natal.
El espacio de culto se divide en dos niveles: la galería de las mujeres en la parte de arriba y la de los hombres en la parte de abajo. La religión judía no puede esconder su origen patriarcal. Al fondo del salón está el altar, llamado el Arón Hakodesh, que es un armario en donde se resguarda la Torá o el pentateuco rodeado de varios símbolos sagrados. En el centro del salón está la Bimá o el pulpito de madera desde donde se dirigen los rezos y sermones. Arriba y al centro hay un enorme candil de más de 1300 piezas de vidrio. También hay pinturas murales en paredes y techo. Desde luego no hay representaciones humanas en ninguna de ellos, pues el segundo mandamiento prohíbe la idolatría.
En los años sesenta, los judíos del Centro Histórico, ya en una situación económica más holgada, comenzaron a migrar a barrios de clase media como la Condesa, la Roma y la Álamos, y allí construyeron otras sinagogas. La sinagoga de Justo Sierra quedó abandonada por más de dos décadas, hasta que en los ochentas una familia de judíos conversos de apellido Herrera la rescataron y reanimaron el rezo. Invitaron a todos los judíos que tenían negocios en los alrededores a asistir pero no completaron el minián, un quorum mínimo de 10 varones mayores de 13 años requerido para realizar el rezo, y la sinagoga volvió a quedar en desuso.
En 2007, la comunidad ashkenazi decidió restaurarla y destinarla a ser un centro cultural. El trabajo de restauración tardó dos años, sobre todo por los problemas de humedad que habían afectado techo y paredes, y hay que reconocer que se hizo con esmero y que respetaron la arquitectura y los acabados originales (excepto por los baños y los pisos originales que desafortunadamente sí tuvieron que ser sustituidos).
La sinagoga es un museo desde 2010 y funciona como un centro cultural que difunde la cultura judía. Allí se organizan obras de teatro, clases de ricudim (danza folclórica israelí), de kabbalah y de hebreo, y muchas otras actividades de todo “lo que tiene que ver con el judaísmo”. Además hay visitas guiadas a la sinagoga el primer y el tercer domingo de cada mes a las 11.30 am que cuestan 50 pesos. A mí me tocó una guía que es historiadora y que domina bien el tema.
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