Saturnino Herrán murió a los 31. Pintó durante 14 años y dejó como herencia alrededor de 75 obras. Fue representante de la pintura simbolista; el movimiento artístico en el que el mundo es siempre un misterio por descifrar y las obras un juego de espejos.

saturnino herran

La cosecha, 1909.

Saturnino Herrán creó algunas de las obras plásticas más reconocidas del arte mexicano. Cuando llegó a la Academia en la Ciudad de México, desde Aguascaliente, no se inscribió en los cursos elementales de diseño; a pesar de haber sido un autodidacta pasó directamente a las clases superiores. Tenía mucho de poeta romántico; pintaba con alegorías y una estética cargada de simbolismos. Y fue un modernista: en la época de la Revolución, sus pinturas son (re)construyeron una parte importante de la identidad nacional.

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La Ofrenda, 1913.

La exposición Saturnino Herrán y otros modernistas dibuja el camino que el pintor mismo fue trazando en una escenario humeante (y bélico) revolucionario. El camino de un nacionalista sin precedentes: uno de los primeros en retratar mujeres indígenas y criollas, campesinos y escenas cotidianas con pulso ecuánime, sin ensalzar el pasado indígena: más bien retratándolo y a partir de allí hablaba de temas universales.

 

La ofrenda, por ejemplo, no es solamente el retrato de una familia chinampera sino que, como el MUNAL publicó  “esconde un hondo mensaje sobre el devenir de la vida a la muerte, latente en todas las generaciones ejemplificadas en la chalupa y en las flores de cempasúchitl, al tiempo que la pasividad gestual de los indígenas expresa la preocupación de los sectores culturales del México por el doloroso abandono de una raza sometida desde la Conquista y su anclaje en el pasado, desterrados y resignados del progreso”.

Incluso pudo haber sido una premonición de su propia muerte, que le llegó a los 31 años inanición. La muerte precoz siempre sorprende, pero la muerte de una figura inacabada, con tanto que dar aún, sobrecoge. Saturnino Herrán parecía traer grabado en los huesos el destino de un artista extraordinario.

Sobre él, Orozco dijo en una carta a Luis Cardoza y Aragón:

Saturnino Herrán. Si no hubiera muerto, sería un dolor de cabeza para más de cuatro. Hubiera evolucionado extraordinariamente porque podía. Fue el primero en introducir cosas nacionalistas en la pintura.

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Fragmento de Los ciegos, 1914.

Saturnino Herrán se fue desdibujando a la par de sus pinturas, cada vez más melancólicas. Como se desdibuja el rostro de quien la muerte le acecha.

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