No se sabe precisamente cuándo la moneda pasó de ser un simple objeto de intercambio a uno de devoción, coleccionismo y estudio. Se sospecha que fue hace mucho, información digna de un libro gastadísimo de historia de la primaria, digamos. Pero en la calle de Bolivia, en el Centro Histórico, tenemos el Museo Numismático Nacional, una especie de catedral industrial dedicada a esta disciplina que estudia las monedas. El motivo de este museo suena lo suficientemente aburrido para que ni el más fiel al paseo quiera visitarlo. Pero paciencia, desde su aburrida naturaleza es un lugar fascinante.
En México, La Casa de la Moneda es la encargada de acuñar las monedas legales del país y resulta ser la más vieja de América Latina (1535). De allí se desprende el Museo Numismático Nacional, antes la Casa del Apartado –que llevó este nombre en el Siglo XVII porque era donde separaban el oro de la plata que llegaba de las minas–. La Casa de la Moneda de México producía monedas en oro, plata y bronce que, por su calidad, se usaban en partes de Europa, en Japón, en China y en Estados Unidos. El proceso para crear este objeto pequeño y pesado era completamente artesanal y todo eso puede verse en el Numismático.
La sala principal del Museo Numismático es la Fábrica, que está en la planta baja, y es lo más especial del lugar. Conformada por la Sala de Fundición y Amonedación, en esta parte se encuentra la maquinaria con la que, antes de su modernización, acuñaron la moneda en México.
Hay cúpulas altísimas de ladrillo enteramente negras de hollín y huele a polvo por los rincones. Pareciera que los trabajadores se fueron tan sólo a comer y regresarán en breve a continuar la jornada laboral de un día cualquiera en el Siglo XIX.
En esta sala están las herramientas de trabajo. Son pesadísimas y sólidas y frías. De inmediato hacen pensar en el enorme esfuerzo humano que se requería tan sólo para blandirlas. Si uno suelta un poco la imaginación, la Fábrica se llena de hombres igualmente sólidos y fríos. Unos transportaban barras de oro y plata en carretillas de metal que pesaban tanto que requerían caminos espaciales de metal para no romper el piso. Otros, cubiertos en vapores, vertían los minerales líquidos en moldes diminutos.
En esta sala monumental llegaron a producirse 30 millones de pesos anuales antes del Virreinato, cuando los esfuerzos de producción comenzaron a dividirse en distintos estados de la República.
Casi se puede escuchar un eco de golpes metálicos que uno suma al ambiente junto a un murmullo de conversaciones prácticas y al sonido de las campanas que anuncian entradas, salidas.
El resto de las salas del Museo Numismático es un recorrido por la historia de nuestras monedas, un sin fin de archivos que a la mayoría nos parecen incompresibles (aunque hay siempre alguien dispuesto a explicarte) y una biblioteca enorme sobre el apasionante mundo de la numismática. Es curioso cómo todo eso, después de atarlo a la actividad humana en la Fábrica, cobra un sentido diferente. Y es aún más curioso cómo algo tan invisible y virtual como lo es el dinero fue un objeto artesanal, pesado y “real” hecho bajo cúpulas negras y vapores.
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