Lo que fue alguna vez el Palacio de la Inquisición ahora es un museo que huele a formol. Frente a Santo Domingo, el edificio ostenta la belleza y riqueza que poseen tantos edificios del centro y que de pronto nos hacen imaginar sus ocupaciones en otros tiempos, en las dinámicas antiguas de la ciudad. Así sucede en este edificio cuyo aire, sin temor a exagerar, es denso. Quizás porque alguna vez allí la Santa Inquisición castigó a los herejes con crueles métodos de tortura, pero también por lo que es hoy: un museo donde uno se confronta con sus entrañas.

museo de medicina

El singular edificio tuvo un camino igualmente tortuoso: su asociación con la Inquisición lo hechizó e hizo difícil que fuera usado para otros fines. En 1857 se convirtió en la Escuela de Medicina y finalmente, en 1980, en este museo que huele a formol.

museo de la medicina

Fantasmas urbanos: en la fachada del museo quedan las marcas de los escudos de la Inquisición.

El cuerpo humano ha sido siempre inquietante. Es tan frágil que es terrorífico y no hay nada más contundente que él: mientras lo vivimos lo padecemos. Así que el humano ha hecho hasta lo imposible por mantener a la especie viva y sin dolor, hasta las últimas consecuencias. El Museo de Medicina Mexicana, que pertenece a la Escuela de Medicina de la UNAM, es un recorrido por las minuciosas formas en que los cuerpos en México se han diseccionado y transformado desde la Medicina Prehispánica. También de cómo se ha asimilado el cuerpo saludable y el cuerpo enfermo a lo largo de los años.

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Venus anatómica: muñeca de cera concebida como medio para enseñar anatomía sin la necesidad de constante disección –lo cual era un trámite sucio, éticamente cargado y desde luego sujeto a la descomposición.

La medicina es un artificio alucinante. Y así es el recorrido por las colecciones del museo: Anatomía, Botica, Ceras del siglo XIX, Cirugía reconstructiva, Herbolaria, Histología, Medicina prehispánica, Oftalmología, Otorrinolaringología, Pinacoteca y el Palacio en otros muros.

Sin duda las más fascinantes son la zona de herbolaria (con la que recomendamos terminar para aplacar los ánimos), que es un muestrario de hierbas medicinales mexicanas conservadas en formol. Las ceras del siglo XIX, que son todas las enfermedades de la piel y ETS  es la más inquietante de todas, y no quisimos tomar fotografías. La sala de histología y orrinotología muestra las herramientas que se usan para arreglar el cuerpo, como fierros y éter etílico que se usaba como analgésico. La sala de embriología, por su parte, tiene esqueletos diminutos, cráneos de fetos de distintos tamaños y todo el proceso de formación de un ser humano. Y, finalmente, la de Anatomía, la cual mereció una nota aparte.

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El éter etílico se usaba como analgésico. Luego se usó como droga recreativa.

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Instrumentos antiguos de Odontología, ether para dormir a los pacientes.

Pocos saben que México, y especialmente la UNAM, ha sido un lugar sobresaliente en el desarrollo de la medicina en general, y en particular de la cirugía plástica reconstructiva. En el museo hay una sala que destaca el quehacer de médicos mexicanos pioneros de complejas complejas cirugías intrauterinas, como el Dr. Fernando Ortiz Monasterio, el primer cirujano fetal del mundo al corregir el labio paladar hendido en un feto.

En este museo uno vuelve a entender que sabe muy poco de su propio cuerpo, la más compleja de las máquinas y –lo más escalofríante–, nos recuerda explícitamente que la enfermedad, la muerte y la descomposición están siempre latentes.

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