Mirar todo el tiempo. Eso es lo que hacía Manuel Álvarez Bravo. Luego, leer literatura y poesía y escuchar música. Antes de picarle al obturador, acción que ejecutaba con cierta prudencia, lo que hacía era mirar y mirar hasta que la luz que necesitaba apareciera allí, perfecta, sobre un caminante, un árbol, un objeto. Como esperando a que su lente los inmortalizara.
En su obra todo se trata de luz. No en vano le decían “poeta de la luz”. Pero mas allá de la técnica y aspectos formales que lograba con singular maestría, Manuel Álvarez Bravo tenia una mirada que iluminó paisajes: sobre todo paisajes al margen, olvidados. En retratos o escenas cotidianas capturó la esencia de la gente y del paisaje mexicanos. Como una suerte de reportaje humano. Como pequeñas películas.
Manuel Álvarez Bravo daba nombre a sus fotografías. Los títulos eran una parte esencial de su obra. Se busca: retratos inéditos está compuesta de 180 fotografías inéditas que si bien no serán tituladas (pues sería necesario que el fotógrafo viviera), el sólo hecho de haberlas impreso y ahora darlas a conocer es un ejercicio parecido: nombrar algo es otra forma de arrojar luz a las cosas.
La fotografía, decía Novalis, “hace a lo familiar lucir extraño y a lo maravilloso como lugar común”. A Álvarez Bravo se le ha considerado muchas como un fotógrafo surrealista, pero quizás es más bien lo que señala Novalis; que él hacía, con una foto, de lo ordinario (un caminante, un árbol un objeto) lo maravilloso.
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