La sala de Herbolaria del Museo de la Medicina Mexicana es como penetrar en carne propia en un códice prehispánico y ver todas las especies mencionadas vivas, flotando alrededor en formol. Es un lugar alucinante donde hasta el maíz que vemos todos los días parece extraterrestre de nuevo. Es decir, esta sala le hace honor a un país que rebosa de diversidad y tradición medicinal.
La sala está poco iluminada para que los tubos de cristal donde flotan las plantas funcionen como lámparas. Estos frascos están dispuestos uno a lado de otro en tres de las paredes del cuarto, y en otra pared hay herramientas prehispánicas para preparar pociones medicinales con plantas. Hay también, en una esquina de la sala, algunas páginas del maravilloso Códice Badiano (1552), un tratado escrito por el médico indígena Martín de la Cruz que describe las propiedades curativas de las plantas americanas que usaron los mexicas.
Casi todas las plantas son reconocibles y las podemos encontrar en un mercado, como el maíz, desde luego, o el toloache, la flor de pericón, el orozus, los hongos. Y ahí mismo explican el uso que le daban las culturas prehispánicas comparado con el uso que les damos hoy.
El Museo de Medicina en su totalidad es un lugar imponente, escalofriante. No estamos acostumbrados a ver los instrumentos médicos (tan crueles) que han existido a lo largo del tiempo, ni cuerpos enfermos, descompuestos, ni nuestra propia anatomía de manera tan burda. Por ello la sala de Herbolaria es un oasis dentro del museo, es puro bálsamo, pura magia curativa flotando hermosamente en tubos de cristal.
Los colores ocres, que el tiempo y y el líquido les ha dado a las plantas, en contraste con el azul marino de sus paredes, te dejan con una sensación de ensueño tranquilizante.
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