Un día, hace más de 50 años, nuestra mancha urbana amaneció cubierta de blanco. No era smog, ni la contaminación de un periférico sin tregua; era pura nieve. La última vez que nevó en la Ciudad de México fue el 11 de enero de 1967. Ese día las clases se cancelaron, las personas salieron a formar muñecos de nieve, a lanzar bolas, y los servicios de emergencia perdieron el control ante la hermosa catástrofe de muchísima nieve.
Unos días antes de la gran nevada, el Servicio Meteorológico Nacional anunció que un frente frío y una gran masa de aire polar volaban hacia el Valle de México; también avisaron que era muy probable que nevara. La noticia, tan insólita como improbable, apenas si alcanzó unas líneas en las páginas internas de los periódicos de la ciudad.
La madrugada del 11 de enero, a partir de la 1 de la mañana, empezó a caer la nieve. Primero en las partes más altas, como San Ángel, y luego, poco a poco hacia lo más céntrico. A las 5 de la mañana más de cinco centímetros de nieve cubrían Reforma, Chapultepec, el Monumento a la Revolución e incluso el Zócalo. La temperatura era -4º centígrados.
Con todo y el extraño espectáculo de la ciudad bajo una capa blanca muy suave, la nieve también causó desastres. El Río de los Remedios se inundó, muchas casas perdieron el techo; las carreteras principales que conectan a la ciudad quedaron bloqueadas y varias personas murieron de hipotermia. Algunos todavía recuerdan a soldados y policías repartiendo mantas en el Zócalo y otras zonas más afectadas.
A pesar de que en 1967 casi el 50% del territorio nacional quedó cubierto de nieve, es casi imposible que vuelva a nevar en la Ciudad de México. No sólo es cuestión de frío, para que exista nieve tiene que haber humedad en el ambiente y nuestra ciudad es muy seca en invierno. Además, las sierras que rodean al Valle nos protegen del aire húmedo, aunque en algunas partes cercanas a la ciudad si es posible ver la nieve cada año.
Aunque no hay alertas por nieve este invierno, en esta ciudad tan improbable, catálogo inagotable de situaciones extrañas, bien podríamos amanecer un día de estos rodeados de copos blanquísimos.
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