Nuestra mancha urbana está llena de paseos insospechados. Cuando uno ya agotó las grandes extensiones verdes y conocidas, o simplemente quiere cambiar un rato el panorama, debería ir a los jardines del Museo Casa de la Bola. En Tacubaya está una de las caminatas más improbables de esta ciudad, que entre su gran lista de contradicciones tiene un recorrido callado, entre naturaleza frondosa y fuentes justo al centro de una zona de coches, ambulantaje y ruido sin tregua. Además, de vez en cuando hay que visitar a nuestras estatuas.
Para hablar de los jardines de la Casa de la Bola hay que hablar primero de uno de nuestros lugares favoritos: Parque Lira. Originalmente, tanto el parque como la casa y sus jardines, formaban parte de la Villa de San José de Tacubaya, una finca campestre. La misma vegetación tropical del Parque Lira vive en los jardines de Casa de la Bola, pero con el diseño de un espacio romántico europeo.
Antonio Haghenbeck y de la Lama, último propietario de la casa, la remodeló después de comprarla en 1946. Con los trabajos de restauración el edificio adquirió un estilo francés; además, los jardines quedaron convertidos en un paseo cuidadoso entre andadores empedrados, fuentes cantarinas y estatuas blanquísimas de venus.
Por dentro, la Casa de la Bola es un recorrido laberíntico con 13 salones de tapices europeos recargados y cientos de objetos minuciosos: pequeñas porcelanas, relojes, vajillas, pinturas, cuadros, libros, candiles y tapetes de pieles de cacería. Afuera, sin embargo, los jardines son un recorrido sosegado. La mirada descansa entre tanto verde.
Desde uno de los extremos del jardín se ve una estructura de cristal en lo alto, coronando todo como una jaula hermosa y transparente. Es una terraza que Antonio Haghenbeck mandó construir con una pieza recuperada de la casa de sus padres en la Avenida Juárez, después de que fue demolida. Desde ese invernadero involuntario uno alcanza con la vista gran parte de los jardines, un horizonte esmeralda e irregural.
Los jardines del Museo Casa de la Bola –y el museo en que se convirtió la casa misma– sólo están abiertos al público para recorridos guiados los domingos, de 11 de la mañana a 5 de la tarde. La entrada es gratuita y el paseo por los jardines libre; de hecho, este es el único lugar en el que están permitidas las fotografías. Y aunque el recorrido por la casa está lleno de curiosidades, candelabros de cristal y muebles exquisitos, recomendamos mucho visitar los jardines. Nada de la habla más al espíritu cansado de los habitantes de esta mancha urbana como un gran espacio verde, frondoso y callado.
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