Los barrotes de esta ciudad encierran (literal y metafóricamente) una belleza a menudo insospechada. La herrería nació para proteger los hogares o los edificios que, quizá, resguardan algo o a alguien de mucho valor o poder adquisitivo. Lo curioso, es que, en la práctica, estas piezas de metal fundido adquirieron belleza y poco a poco se convirtieron en un tesoro por sí mismas. Tanto como para reservarse a un sector muy específico de la población.
Nos gusta mucho la herrería porque nos recuerda un paseo por el Centro o por las colonias más antiguas de la ciudad y al mismo tiempo nos remite a una época en que las puertas y ventanas de una casa eran su carta de presentación. No es gratuito, por ejemplo, que el primer oficio reconocido en la Nueva España haya sido el del herrero. Apenas 7 días después de que se fundara el primer cabildo de la Ciudad de México en marzo de 1524, se levantó una proclama para que los herreros novohispanos dejaran de fabricar armas y se dedicaran a la manufactura de herramientas agrícolas, utensilios cotidianos, pero sobre todo a la cerrajería.
Los herreros de la Nueva España
Por lo anterior, tiene mucho sentido que los primeros herreros de la ciudad hayan elegido a Tacuba —la primera calle de América— como centro de operaciones y que incluso el fantasma de su oficio permanezca allí. Podríamos decir que el hierro de esta ciudad brotó de los yunques y fundidoras de Tacuba, porque de allí salieron barandales, jardineras, mascarones y escudos de armas que adornaron los principales edificios de la recién nacida ciudad.
Cabe mencionar que la belleza en estas piezas era obligatoria, porque todo el hierro que utilizaban para la cancelería novohispana venía de las minas reales en España. De hecho, los únicos que podían trabajar en las forjas eran los españoles y criollos que estaban bien instruidos en materia de herrería. Como ven, tener puertas y ventanas siempre ha sido un privilegio.
Con la apertura de las minas en la Nueva España, el oficio del herrero comenzó a diversificarse. La responsabilidad aún estaba en manos de los españoles, pero la influencia indígena era evidente y muy lógica. Muchos herreros en la ciudad consideraron que si las iglesias y edificios gubernamentales tenían en sus fachadas de cantera motivos indígenas, era casi obligatorio incluir esta estética en sus puertas y barandales para lograr armonía. En un sentido literal y metafórico, los herreros forjaron una identidad nacional en su trabajo.
La herrería contemporánea
La revolución industrial del siglo XX hizo de la herrería algo más democrático. Muchos hogares cambiaron sus puertas y ventanales de madera por piezas de hierro y aluminio. De pronto, el sonido de las aldabas y los llamadores de bronce chocando contra la madera, fue reemplazado por el frenético golpe de las manos sobre un zaguán y con ese sonido estridentista también llegaron las formas.
Dependiendo del estilo de la casa es la herrería que le toca. Basta una caminata por polanco o la Condesa para tener una idea de cómo mutan las puertas que van desde los barrotes cuadrados y sencillos que responden sólo a su función principal, hasta las rejas brutalistas y llenas de ángulos donde sólo quienes viven allí conocen la ubicación exacta de las puertas.
No pasó mucho tiempo para que el hierro y el aluminio se apoderaran de otros espacios en las fachadas. Por ejemplo, para nuestros edificios con nombre y apodo, los herreros decidieron forjar credenciales que indicaran el nombre y número de un condominio y, por qué no, el del arquitecto responsable de la construcción
Así como nuestros autos y mascotas, la herrería de nuestros hogares también responde a nuestra personalidad. No hay que sorprendernos si después de tocar un llamador en forma de león, se postra frente a nosotros una persona imponente y con rasgos felinos. Después de todo, en estas piezas metálicas también va forjada nuestra historia.
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