Entre todos los tesoros que suelen haber en las tumbas de la élite mexica, el cacao es uno de los elementos más frecuentes. Quien tuviera muchas semillas de esta planta se consideraba alguien rico e incluso bendito, porque el cacao era uno de los alimentos preferidos de los dioses. Por eso, cuando los pueblos de Mesoamérica comenzaron a hacer negocios, no dudaron en utilizar este fruto como moneda de cambio. Naturalmente, aparecieron quienes se sintieron más astutos y, literalmente, comenzaron a hacer dinero falso: los falsificadores de cacao.

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Tapa en forma de mono con collar de frutas de cacao. Foto: Universes in universe.

La importancia del cacao en Mesoamérica

La tradición mexica dice que Quetzalcóatl, cual Prometeo prehispánico, robó los granos de cacao a los dioses y plantó un pequeño arbusto cerca de Tula. Regó e hizo crecer la planta con la ayuda de Tláloc, aunque lo más importante, sus flores, nacieron gracias a Xochiquetzal, diosa del amor y la belleza. Ella también les otorgó la capacidad de producir un fruto delicioso y nutritivo destinado a los humanos. 

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Representación de dos personas de la élite mexica bebiendo xocolatl. Foto: UNAM

Claro que este regalo tenía una razón de ser: nutrir a los humanos para que pudieran desarrollarse como seres sabios, estudiosos y hábiles en el arte. Quizá ese fue el motivo por el que la posesión de cacao en grandes cantidades estaba reservada para la nobleza, los principales y los pochtecas o mercaderes. Esto incitó a algunos pobladores del imperio a robar o falsificar las semillas.

Más allá de lo sagrado,  el valor del cacao también estaba basado en la complejidad de su cultivo, un procedimiento minucioso que requiere muchos cuidados especiales. Por ejemplo, para que puedan iniciar su etapa productiva, las plantas de cacao deben crecer bajo la sombra de un árbol conocido como cacahuanantli o “madre del cacao”, que los protege del viento, la luz excesiva y el frío. Si es que todo está en condiciones óptimas, el arbusto dará sus frutos a los 3 años de edad; si no, entrará en una fase de reposo hasta que todo sea favorable. 

Los falsificadores de cacao

En el mercado de Tlatelolco, el más importante del altiplano, habían jueces y comisarios que constantemente revisaban que todas las mercancías se vendieran de acuerdo a los estatutos impuestos por el gobierno y estaban al pendiente de cualquier tipo de fraude. Una de las estafas más conocidas era la de falsificar cacao e intercambiarlo por mercancías preciosas como pieles, plumas y algunas piedras. Este era uno de los delitos más grandes y dependiendo de la cantidad que uno falsificara era el castigo, aunque según las crónicas de Fray Bernardino de Sahagún, la sentencia casi siempre era pena de muerte. 

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Representación del mercado de Tlatelolco en el Códice Florentino. Foto: UNAM

En sus crónicas, Sahagún también describió cómo se detectaban las falsificaciones que, en lugar de la pulpa con la que se producía el chocolate estaban rellenas de lodo endurecido: 

Y aún en aquellas almendras hay sus fraudes para engañar unos a otros, y meter entre alguna cantidad de ellas, las falsas y las vanas […] y para entender el engaño el que las recibe, cuando las cuenta, pásalas una a una y póneles el dedo (index) o próximo al pulgar sobre cada una, y por bien que esté embutida la falsificación, se entiende en el tacto, y no está tan igual como la buena.

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Saco con granos de cacao y monedas españolas. Foto: Wikipedia.

Con todo, la importancia del cacao como moneda de cambio siguió ocurriendo hasta bien entrada la época colonial, cuando el gobierno de la Nueva España impuso el uso de monedas de oro que, por cierto, también fueron falsificadas.

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